Vivimos un estado de tensa vigilancia, un acordonamiento digital de cualquier frase en el lugar del crimen. Hay cosas que no se pueden decir, ni siquiera pensar, porque una batería de usuarias y usuarios furiosos se lanzarán contra ti. Y ya habrás perdido, porque estarás condenado sin necesidad de haber sido juzgado previamente. Lo hemos visto con Woody Allen y también con más gente. El problema de esta bomba, además de las víctimas directas y de los daños colaterales, es que tiene muchos efectos retardados, que es una dinamita de racimo en los labios que ahora han de plantearse demasiado sobre qué opinarán. El hecho de que haya tanta gente dispuesta a perseguir al personal por una declaración aquí o allá, al erigirse en jueces -legitimados sólo por sí mismos- de la moral colectiva, habla de la temperatura ética que vivimos, del vuelo raso de una sociedad que apenas sabe mirar y respirar más allá de su ombligo estudiado y concéntrico. Además, la mirada cortante -y castrante- sobre la realidad es brutalmente sectaria, descaradamente agudizada en una sola dirección. Así, se escriben miles de artículos del caso Wernstein, se rasgan los escotes de indignación coral y compartida en los platós de máxima audiencia, pero nadie recuerda que otro perfil clásico del cameo hollywoodiense: la joven starlet cansada de servir dry martinis a los guionistas melancólicos que está dispuesta a todo por raspar un papel. No lo digo yo: lo dice el cine. Recuerden Eva al desnudo, La condesa descalza o En un lugar solitario. Por cierto: en las dos últimas, Humphrey Bogart. Y no sólo en el cine, sino en otros camerinos de la vida, como han padecido tantas mujeres que han luchado honradamente por la igualdad laboral. No digo que no sea gravísimo el caso de un acosador que además ha sido acusado de violación, sino que se presenta el mundo femenino de las actrices norteamericanas como si la mujer, por el hecho de serlo, nunca hubiera roto el plato del deseo no ya obligada, ni siquiera presionada, sino muy libremente y en su propio provecho. Pues bien: razonas esto, que todo el mundo sabe porque siempre ha habido gente así en ambos lados de la cama, y estás haciendo apología de la violación.

Todo esto podría venir por varios frentes, pero esta semana emitieron en La 2, en la serie Imprescindibles, un interesante y bien llevado documental sobre Miguel Gila. Entre varios humoristas actuales era llamativo el testimonio de Serrat, al que tanto ayudó Gila -se descubría en el documental- en sus primeros tiempos haciendo las Américas. Si había algo en lo que todos coincidían, además del magisterio de Gila sobre las nuevas generaciones de cómicos españoles -estuvo muy bien ahí Joaquín Reyes-, era en que hoy no podría hacer algunos de sus chistes, y que se espantaría ante la ola de corrección política, que es fariseísmo de mínimo alcance en la mirada enjuta sobre la realidad al acecho de la censura previa. Estamos zambullidos en una caza de brujas a lo McCarthy y parecemos no querer saberlo por seguridad, comoditos en una tribuna de cuchara y paso atrás, porque en el guiso de las controversias mejor no meter mano.

Ahora hay una serie de temas sobre los que parece que no debemos hablar salvo como nos digan, o puedes ser tachado de machista, de maltratador o de apólogo de cualquier cosa. Da igual que lleves toda la vida, por ejemplo, escribiendo contra la violencia de género, da igual que hayas defendido que el propio término te parece un eufemismo, porque se trata de terrorismo contra las mujeres: si se te ocurre levantar un poco la voz y comentar el tema de las denuncias falsas por agresiones contra novias o esposas o las denuncias de violación falsas, estás quitando el foco de lo realmente importante y estás favoreciendo a los acosadores, a los abusadores y a los violadores, aunque siempre los hayas condenado. Pero eso no lo afirma un juez, sino una manada de vigilantes que viven en posesión de la verdad y dicen qué postura se debe mantener.

Estoy a favor de hablar y escuchar, de tratar de entender otras razones y de partir de una realidad que admite contrastes, y también matices. Cualquier agresión debe ser denunciada, juzgada y condenada si es el caso. Pero por un tribunal, que también podría equivocarse. Descreo de estos centinelas de la moral pública que a todos nos sitúan en el paredón digital sólo con una frase sacada de contexto. Es una tiranía de corto vuelo, pero está creciendo. Frente a toda consigna, siempre es preferible esclarecer la verdad.

* Escritor