Si fuéramos capaces de escarmentar en cabeza ajena, si fuéramos juiciosos, si supiéramos leer más allá del hoy para prevenir el mañana, tal vez prestásemos oídos a los lamentos que llegan de Barcelona, y no estoy hablando del sainete del proceso catalán que todo lo inunda y embarra, sino de cosas más importantes para la vida de la capital catalana y quienes la habitan. En Barcelona ya no saben qué hacer con el turismo que se ha convertido en una plaga, y teniendo como referencia la calamidad de los políticos para resolver problemas de calado como este poco se puede esperar para que la vida cotidiana sea habitable. Lo último que me cuenta un amigo es que los barceloneses para tomar el sol o remojarse en la playa ya solo encuentran espacio en la que llaman playa de Chernóbil; ya se pueden imaginar el por qué de tal nombre, si les digo además que está situada junto a la desembocadura del río Besos, al costado de lo que fuera la térmica. Y justamente cuando escribo estas líneas, cuenta la radio que las saturadas playas del Levante han proclamado una normativa que no permite colocar la toalla a menos de seis metros del agua, con la amenaza de multa de 3.000 euros para quien ocupe esa estúpida frontera pues ya sabemos que el mar no deja de moverse. Pero aquí todo es legislar, prohibir, amenazar, atemorizar para luego no cumplir. ¿Alguien sabe si ya se ha tirado el hotel Algarrobico, del que hace tiempo nadie habla? En cambio sí nos siguen contando las bondades del turismo, las cifras que se superan año tras año, los hoteles a tente bonete y en Marbella, ayer contaba un periódico serio, esperan con los brazos abiertos a los árabes, que llegarán después del Ramadán dispuestos a gastar, también lo dice el diario, mil euros por día. Osea, estamos como hace cuarenta años y la comedia «Se acabó el petróleo», pendientes de si viene el guiri o no, de cómo traiga la bolsa y las ganas de gastar. Vivir del turismo es cómo vivir del aire, pues el viento favorable a España lo traen los conflictos en Oriente, los atentados y las muertes de turistas europeos en Egipto, y eso es algo que puede cambiar, que cambiará algún día, porque con su dinero los visitantes van y vienen, vienen y van, y nosotros nos encontraremos con nuestro litoral enladrillado y los centros históricos entregados a las franquicias y los apartahoteles. Pero no escarmentamos, cada vez que veo a un alcalde aparecer en televisión pidiendo públicos para visitar sus ruinas, sus fiestas populares o la suelta de vaquillas, me echo a temblar. Me gustaría, a la manera de Dante, cogerlo de la mano y darle un paseo por los infiernos turísticos de nuestro patrimonio histórico.

* Periodista