Feliz aquél quien, lejos de ocupaciones, como la primitiva raza de los mortales, labra los campos, libre de toda usura, y no se despierta, como el soldado, al oír la sanguinaria trompeta de guerra, ni se asusta ante las iras del mar, manteniéndose lejos del foro y de los umbrales soberbios de los ciudadanos poderosos. Así, ora enlaza los altos álamos con el crecido sarmiento de las vides, ora contempla en un valle apartado sus rebaños, o guarda las mieles en ánforas limpias, o esquila las ovejas. O bien, cuando Otoño ha levantado por los campos su cabeza engalanada de frutos maduros, ¡cómo goza recolectando las peras injertadas y vendimiando la uva que compite con la púrpura. Agrádale tumbarse unas veces bajo añosa encina, o sobre el tupido césped; corren las aguas por los arroyos, los pájaros dejan oír sus quejas en los bosques y murmuran las fuentes con el ruido de sus linfas al manar. ¿Quién, entre tales deleites, no se olvida de cuitas desdichadas?".

Cuando llega el invierno, me gusta recorrer y fotografiar una y mil veces (mil veces más) mi tierra del Valle del Guadiato, agreste y afortunado paraje que sobrevive en medio de la locura del mundo; decorado en donde inspirarse un poeta para dar a la luz hermosas líneas parecidas a las que anteceden, del Beatus Ille del vate latino Horacio. Y permítanme que no entre en análisis de fin de año ni en especulaciones de año nuevo, solo déjenme desearles un feliz futuro en concordia y armonía con la naturaleza, y si en algún momento no encuentran la paz, vénganse para acá.

* Profesor