Llevo cinco meses sin whats'up , sigo vivo y tengo amigos. He perdido contacto con gente, con gente de la universidad cuya vida me sabía al milímetro en riguroso directo, con gente de la residencia de estudiantes y con gente de mi primer trabajo. He perdido contacto con gente y, sin embargo, hablo mucho más con mis amigos. Durante un tiempo dejamos de hacerlo. Nuestra comunicación solo fue escrita.

El whats'up me parece muy útil, pero pierde su sentido cuando en vez de telegramas se producen conversaciones, diálogos, auténticos debates. Pierde su sentido cuando en la mesa de una cafetería hay cinco personas en silencio porque están pendientes de otra conversación a través del móvil. Pierde su sentido cuando se emplea para averiguar a qué hora se conectó una persona por última vez. Ha sido un gran invento, sí, pero lo estamos sobreexplotando a riesgo de convertirlo en nuestra sombra. La dependencia es nociva, cualquier tipo de dependencia. Parece que es imposible hacer algo y no comunicarlo por whats'up .

Me di cuenta de que ya todo se escribía, nada se hablaba. Y como todo se sabía, ya no era necesario llamar. Ni siquiera en los cumpleaños, que eran la excusa perfecta para oír la voz de esas personas que poco a poco se iban alejando de tu vida por la distancia. Ya bastaba con un simple texto. El whats'up es fantástico como complemento, no como sustitutivo. Me lo quité cuando para mí dejó de ser práctico por su excesivo uso; siempre tenía un mensaje que leer. Dejé de enterarme de los importantes porque quedaban escondidos entre decenas de frases banales. Me di cuenta de que se me iban demasiadas horas delante de la pantalla. Me volví dependiente. No supe usarlo. Supongo que será una racha y que en algún momento volveré. La dependencia de las cosas nos la creamos nosotros mismos.

Me da pena ver a los niños tan jóvenes atrapados en el móvil. No digo que dejen de usarlo, pues no hay que vivir ajeno a los avances tecnológicos. Solo sugiero que de vez en cuando levanten los ojos.

* Periodista