El accidente de aviación sucedido en los Alpes (150 fallecidos) vuelve a poner a prueba al hombre frente a su maldad, estupidez o debilidades. Estas características del primate evolucionado que somos son bien conocidas desde hace milenios. Por ello uno de los grandes empeños del hombre que razona e investiga sobre nuestra condición ha sido siempre inventar máquinas o sistemas tecnológicos cada vez más sofisticados para protegernos de nuestras patosidades o fantasías. En el caso de los transportes es palmario. Esas máquinas ciclópeas que vuelan, los barcos como ciudades que atracan en nuestros puertos o los trenes-bala que nos mueven de punto cardinal en pocas horas, llevan incorporados complejas medidas de seguridad que procuran incluso que la máquina desobedezca al hombre cuando este embrutece. Aunque, al cabo, esa criatura inestable o distraída que somos se acaba colando por esa rendija imposible y lleva a los convoyes a la tragedia.

Sucedió hace dos veranos con el accidente ferroviario de Angrois y acaba de ocurrir con el avión alemán estrellado en los Alpes. En ambas ocasiones sobresale la irresponsabilidad del hombre que ha burlado ese protocolo crucial que conduce a la muerte. La tragedia aérea, además, ha sido posible gracias a que, para proteger los vuelos de una amenaza externa, el sistema decidió que nadie pudiera entrar en la cabina del piloto cuando esta se cierra. Ahora se plantea que siempre ha de haber al menos dos personas en esas cabinas al objeto, se sobreentiende, de que uno pueda detener el desvarío del otro cuando este se produzca.

¿Pero evitará la confabulación de dos en pos de una épica destructiva?

Por todo ello numerosos filósofos de la ciencia sostienen que no queda otro camino que el persistir en la mejora constante de sistemas de seguridad que nos defiendan del hombre tan dependiente de las pasiones y, por tanto, fuera de control. Claro que ese camino nos lleva a la tesis de "la inutilidad del hombre actual" para dirigir el futuro tecnológico que se ha abierto a la humanidad. Aunque ese hombre parece existir ya. Se dice que los conductores del metro de Madrid, que cruzan la mirada con todos los viajeros, no intervienen en absoluto en el manejo de esas máquinas: aparecen en carne mortal para dar "seguridad sicológica" (sic) al pasajero.

Las grandes catástrofes suspenden durante un tiempo nuestro reloj vital. Es por ello que se cuela este comentario con urgencia y desplaza una glosa enardecida cuando se cumple el 500 aniversario del nacimiento de Teresa de Jesús. De la santa y poeta tan actualísima rescato estos versos a modo de pésame: "Mi vida es un instante, una efímera hora, momento que se evade y que huye veloz".

* Periodista