Mirad qué cosa tan curiosa he estado observando en los últimos años. Algunos ricos dicen que el neoliberalismo no existe. Algunos hombres dicen que el machismo no existe. Algunos políticos dicen que la corrupción estructural no existe. Algunos jueces dicen que la arbitrariedad no existe. Algunas víctimas dicen que la venganza no existe. Algunos banqueros dicen que la precariedad no existe. Algunas feministas dicen que las actitudes misándricas no existen. Algunos españoles dicen que el nacionalismo español no existe. Algunos independentistas dicen que la hispanofobia no existe. Algunos blancos dicen que el racismo no existe. Algunos taurinos dicen que el dolor del toro no existe. Algunos periodistas dicen que la manipulación no existe. Algunos tuiteros dicen que el linchamiento digital no existe. Escribo «algunos», y cada cual coloque donde quiera los conos de balizamiento.

¿Qué conclusión saco de esto? ¿Cómo lo interpreto? De la siguiente manera. El fenómeno permite establecer una cierta linealidad, aun a riesgo de ser injusto con alguno de los grupos mencionados. Mi reflexión es la siguiente: mal que bien, cualquiera que tenga un poco de poder, ni que sea un poder dentro de una minoría o un colectivo en general poco poderoso, querrá negar que ese poder se use mal, es decir: querrá negar el autoritarismo ocasional de los suyos. Y hará esto, a veces, hasta negar que ese poder existe. Lo cual enlaza muy bien con las reflexiones que Daniele Giglioli plasma en su ensayo, Crítica de la víctima (Herder), que es posiblemente uno de los libros más necesarios en esta época de poderes líquidos, de justicias paralelas, de guerras culturales encarnizadas y de autoridades no siempre establecidas en el organigrama clásico. Todos somos parte de algo que trasciende nuestra individualidad, y por lo tanto estamos expuestos a manejar un poder del que ni siquiera somos conscientes. Todos, sea cual sea la condición que nos hace víctimas, podemos deslizarnos al bando de los verdugos.

* Escritor y periodista