Por primera vez en casi un siglo, un presidente de EEUU llega a Cuba. Obama llega a La Habana tras superarse las numerosas barreras que impedían la normalización de la vecindad, desde el establecimiento de relaciones diplomáticas hasta la flexibilización de los requisitos para viajar y comerciar con Cuba. Pero lo hará con una peliaguda cuestión aún por resolver y sobre la que tiene muy escasa capacidad de maniobra: corresponde al Congreso el levantamiento del embargo comercial impuesto por Washington a La Habana en los años 60. Por el momento, el legislativo estadounidense no está dispuesto a eliminar esta anomalía, que a estas alturas resulta totalmente anacrónica, además de injusta. Obama llega a un país en el que la nueva etapa de entendimiento había generado muchas expectativas entre la población. Los cambios en la vida de la gente están llegando mucho más lentamente de lo deseable. Además de entrevistarse con Raúl Castro, el presidente de EEUU tiene previsto hacerlo con miembros de la sociedad civil y también con disidentes, lo que debería ser un espaldarazo para quienes aspiran a una Cuba abierta y democrática. Cabe enmarcar el viaje en un cambio de orientación más amplio. El historial de EEUU en América Latina arroja un balance nefasto que ahora Obama quiere reorientar. Además del viraje histórico en las relaciones entre Washington y La Habana hay que anotar la decisión de desclasificar archivos militares y de inteligencia sobre la última dictadura de Argentina, país que Obama visitará tras Cuba. EEUU había mantenido distancias con América central y del sur. La Casa Blanca ha esperado demasiado tiempo para normalizar unas relaciones que la lógica indica que deberían haber sido mucho más fluidas.