Casi a diario, cuando mi padre volvía del campo, y especialmente los días que antes se había parado en la taberna, era llegar a casa y poner su cinta de Manuel Gerena a todo volumen. Lo cierto es que en aquellos años a mí no me hacía mucha gracia. Ni por el volumen ni por lo flamenco. Pero aquella escena, mi padre, Manuel Gerena, y ese cante por Tarantos a la libertad, se me quedaron grabados en el mismo lugar muy especial de la memoria para siempre.

Quizás sea esa la sencilla razón por la que mi cerebro ha llamado a Manuel Gerena al nombrar la palabra vergüenza; vergüenza por la indignación que siento ante el espectáculo tan poco flamenco que están dando nuestros políticos. Cada uno por su lado, cada cual con su melodía. Y sin compás. El compás lo es todo. Sin compás no hay música. La ley debería obligar a los políticos a llegar a acuerdos. La política no es nada diferente de la vida ni de la música. Aquí siempre tenemos que llegar a compromisos. El guitarrista no puede acelerar solo, deberá siempre esperar la voz del cantaor, y viceversa.

Voy a perder una apuesta porque parece que tendremos nuevas elecciones. Y yo estaba tan seguro de ganar, que la redoblé hace unos días. No tenía argumentos, eso lo sé. No hay argumentos ideológicos para juntar fuerzas tan dispares. Pero el sentido común, la creencia en el sentido de la responsabilidad, me hicieron creer, sin verlo, que finalmente se alcanzaría algún acuerdo de gobierno en minoría de PSOE y Ciudadanos con la abstención de PP y Podemos. Tenía sentido. Sería un gobierno del centro de gravedad de la política actual. Y tendría cierto aire fresco para iniciar algunas reformas. Además, como poco, el posible desgaste o éxito de PSOE o de Ciudadanos en ese gobierno ayudaría a deshacer esta endemoniada distribución de votos que ahora hace difícil que alguno alcance a tener una mayoría clara.

Sin acuerdo, si nadie quiere compartir un baile, estamos condenados a unas nuevas elecciones que, por lo que auguran todas las encuestas, para nada van a resolver la situación. Va a ser como rebobinar y tocar la misma canción. Volveremos a tener los votos muy repartidos, y tendremos de nuevo que ponernos a buscar el compás del cante, del toque y del baile si no queremos seguir dando el espectáculo.

Mi padre vivió la recuperación de la libertad con emoción, intensidad y entrega total durante aquella transición que parece no haber terminado. También yo. Aunque con doce años mi visión no fue nunca tan ingenua. Yo he sido siempre un poco rumiante de las ideas ajenas, incluso de mis propias palabras. Nunca creí en revoluciones y utopías. Mi filosofía natural me lo impide. En la Naturaleza, una revolución es siempre algo tan abierto que no se puede asegurar nunca que lleve a un lugar confortable. Por eso, y quizás porque soy Libra, siempre he creído más en el acuerdo, en el cambio a través del compromiso. Algo que siempre he dado por hecho, por obligatorio en alguien que se supone que se dedica profesionalmente a la política: a buscar la convivencia.

Ya sé que me contradigo al esperar que un político sienta como un mandamiento la búsqueda de acuerdos. Acabo de decir que no creo en las utopías. Quizás sea excesivo esperar eso de una persona o de un partido, pues ambos tienen sus propios intereses egoístas. Por eso necesitamos unas normas claras al respecto. Las Cortes que resulten de unas elecciones deben tener el mandato automático, por ley, de crear un gobierno en un plazo de tiempo sin posibilidad de nuevas elecciones. Y gobernando, que es gerundio.

* Profesor de la UCO