Me reí, aunque con amargura, al oír a Abraham Simpson, el abuelo de la familia de dibujos animados, cuando en un episodio se entera de que su nieta Lisa quiere dedicarse al periodismo. «Por fin he oído hablar de algo que va a estar muerto antes que yo», dijo.

Y es que llevo más de media vida dedicado a esto del periodismo, aguantando críticas a la profesión por su mayor o menor objetividad y, al final, resulta que la verdad no vale nada. Si un bulo es atractivo, se reenvía por las redes sociales con toda la alegría del mundo .

En el tiempo de la postverdad de la era Trump (un término que no está alejado de aquella frase del ministro de propaganda de Hitler, Joseph Göbbels, cuando dijo que «una mentira repetida adecuadamente un millón de veces se convierte en verdad») resulta que lo que importa es que el mensaje sea resultón, fácil de rebotar a los grupos de amiguetes y que tenga una ligera apariencia de noticia. A veces, ni siquiera esto último.

Encima, leo que la consultora Gatner, en su análisis Predicciones tecnológicas para el 2018, augura que a este ritmo en el 2022 las informaciones falsas ya superarán a las verdaderas en la red, sin que haya aún un método eficaz para evitar los bulos, creados y aumentado por robots, programas y algoritmos que, además de ser capaces de escribir automáticamente noticias falsas al gusto del consumidor, nacen con la garantía de que serán redifundidas hasta la saciedad. Para colmo, todo ello a un precio baratísimo (ya han visto cómo se las gastan en Rusia creando bulos), mientras que las noticias verdaderas sí tienen un coste: al menos el del periodista que las avala.

Pese a todo, me vine arriba porque, ¿acaso no es justo ahora el momento de la Historia en donde más necesario es el periodista?

Eso sí, si queda gente que quiera pagar por la verdad, consumirla. Que prefieran poner publicidad en un medio de noticias fiables antes de un canal de youtube de chorradas, pero con muchos suscriptores. Sí, hay gente que, lo mismo que cuida la calidad de los alimentos que consume o de la ropa que lleva, está interesada en alimentar su cerebro y conciencia con información de calidad. Porque, cada día más, nos están convirtiendo en obesos digitales y, encima, dándonos comida basura informativa.