Si gran responsabilidad habían tenido la Lliga Catalana y su líder Francesc Cambó (1876-1947) en el desencadenamiento de la gran crisis del estío de 1917, en una Europa que asistía al clímax de su incendio en la Gran Guerra y en los pródromos de la victoria leninista, también fue muy considerable su participación en su salida. Tras una gira de propaganda por toda la fachada cántabra -con parada y fonda muy particular en Bilbao…--, manifestaría al monarca su absoluta identificación con un gobierno de verdadera concentración nacional presidido por un Maura retirado de la política activa desde 1909, pero en plenitud de su prestigio y autoridad en el mundo parlamentario y sociedad españoles. Pese a sus discrepancias, el feeling entre el prócer gerundense y el caudillo conservador balear siempre había sido fuerte y no hubo veto alguno del lado de aquel a su liderazgo de líderes…

Según se recordará, en marzo de 1918 y después de una emotiva y amenazadora alocución del rey ante los prima dona de los diferentes partidos, se constituyó el «Gobierno Nacional». Como cabía esperar, sus servicios a la nación se descubrieron muy considerables en cantidad y calidad. En una coyuntura crucial para rematar el asombroso despegue material experimentado por el país a raíz del estallido de la contienda mundial --jalón inicial, en realidad, del gran capitalismo español--, el paso por el poder en dicha tesitura de Cambó, Santiago Alba, La Cierva, Dato, Romanones… se evidenció netamente positivo. Empero, Et in Arcadia, ego. Las rivalidades y suspicacias pronto surgidas entre los componentes de un gabinete de divos no dilataron mucho el rompimiento de su momentánea alianza y conjunción. En el otoño de 1918, en vísperas de la conclusión del conflicto europeo, tan provechosa experiencia pasaba a ser por el momento la última página de la historia de España.

Hoy, a un siglo de distancia del gran acontecimiento, este sigue enviando muchos y claros mensajes a las generaciones posteriores. En la particular de los estertores del verano del 2017 parte de ellos se imponen con patencia que linda con la ceguera. El articulista, claro es, medita sobre los que con especial angustia alberga ahora su pensamiento; mas con la misma evidencia no incurrirá en la fuerte tentación de tutelar los ajenos. Pese a lo cual no está muy seguro de cumplir o responder a los deberes exigidos por la severa musa que rige su noble y querido oficio. Quizás Clío incluyera en su irrenunciable catálogo el de exponer sus servidores coram populo su opinión particular frente a los sucesos del día a la luz de los del pasado. Pero en tal supuesto, y aunque, desde luego, la situación española actual traspasa el temor para introducirse en la angustia, el cronista, en la duda, opta por abstenerse. Seguramente, el lector ganará con ello…

* Catedrático