XNocivo. Léase únicamente en lugares bien ventilados). ‘El hombre es la medida de todas las cosas’. Máxima genial que acaba con toda ley, demostración, imagen, sentencia como ella misma. La versión moderna, en la pluma de Jung, dice así: “Micro y telescopio son inventos humanos”. La mía, por supuesto, va más allá: “El hombre y la mujer son la medida de todas sus chiquilladas y neuras, respectivamente”. Si empezásemos por ahí, en el cole, solo habría que invertir en cursos de interpretación. Tendríamos una población honesta, consciente de sus lágrimas, euforia, pasión verdaderamente falsa por las cosas. Nada nuevo: cualquiera sabe que el fuste de toda sociedad de consumo es la superficialidad. Por eso, ya de mocosos, nos instalan un precioso muro en la escuela, para recordarnos: “Esto es un límite; quédate ahí”. Amargos pensamientos a la hora de la siesta. A esto conduce el envenenamiento por Humanidades. Ahí va una gota: “Me pregunto por qué”, examinaba un prenda apodado Sócrates, “cuando el uno se adhiere a otro uno, deja de ser tal para convertirse en dos. ¿No queda resto, pues, de aquel uno original? ¿A dónde fue?” ¡Por Dios! Imaginen el efecto de tamaña bomba en el inocente cerebro de un menor o una menora: “¿Por qué papá, después de abandonar el trullo, ha de ser un hombre (o mujer) nuevo/a? ¿No queda nada, entonces, de aquel imputado?” Terrible. Semejante aberración filosófica solo cura a base de tele y ciencias puras: malo y bueno, viejo y nuevo, verdad y mentira. Y el fondo, vacío. Así se construye un líder fuerte y un gobierno estable: sin alma, con muchos átomos oficiales. ¿Que suprimen las Humanidades y las bibliotecas? Muy bien. Me alegro por todos y todas (por separado, como antiguamente: los niños con los niños y todo eso). Vámonos a Marte, cariño. Allí, con ojos humanos, veremos agua, valles, cañones y bacterias humanas, como tú y yo y el Universo: nuestro gran espejismo. ¡Viva la cabezonería, coño!

* Escritor