Cuando en febrero del pasado año Donald Trump, so pretexto de aumentar el gasto militar, dijo que «América tiene que volver a ganar guerras», era de prever una ruidosa escalada bélico-verbal que silenciara sus políticas ultraliberales de reducción de impuestos a empresas y ricos y recortes sociales y derechos a los más desfavorecidos. La receta es conocida: se busca un enemigo batallador y se amedrenta a la opinión pública con un conflicto bélico donde los contendientes suben el tono, invocan a la demencia del otro, se amenazan con «fuego y furia» y convergen en pueril litigio para ver quién tiene el botón nuclear «más grande, poderoso y operativo», al tiempo que se firman decretos que pasan a hurtadillas. Sin duda, se cumplieron los peores augurios y hoy, un año después de su inverosímil llegada al poder --según sus exasesores, ni él creía en su victoria y sólo buscaba impulsar su imagen- Donald Trump mantiene lo prometido durante su agresiva campaña cuando solo vendía humo. Para temblar.