Cuando recurría en mis clases a una proyección de cine, la primera pregunta de los alumnos consistía en saber si era en color, siempre les contestaba que sí, pero por lo normal no era así, y cuando protestaban les respondía que se trataba de un película en blanco, negro y una multitud de grises, es decir, había muchos colores, no solo dos. Eso se podría aplicar a quienes afirmaban que el Madrid solo ganaba copas de Europa cuando eran en blanco y negro, cuestión que por distintos motivos, como es lógico, nunca compartí. Pero me gustaría saber qué dicen ahora todos cuantos recurrían a una argumentación tan endeble para descalificar a toda una etapa en la historia del fútbol europeo, como fue la del equipo liderado por Alfredo Di Stéfano, quien se caracterizó por tener muy claro que el fútbol era un deporte de equipo, donde prima lo colectivo, por encima de los valores individuales de algunos jugadores, aunque reconozcamos la importancia de las figuras que han marcado una época. Esta disquisición sobre los colores tiene que ver con el hecho de que un equipo de color blanco ganara el pasado sábado una nueva copa de Europa, la décimo tercera, y que lo consiguiera por tercera vez consecutiva, algo inédito en la historia de la competición en su nuevo formato.

Confieso que yo lo veía venir, si bien cuando alguien me preguntaba acerca de qué iba a pasar en el partido frente al Liverpool manifestaba que no sabía, que nunca se podía asegurar nada ante una final, pero en mi fuero interno pensaba que el Madrid ganaría. Más aún después de que en los días anteriores al partido leí un libro excelente, una biografía novelada de uno de los grandes jugadores de la historia, que jugó en el Madrid, y al que tuve ocasión de ver en el viejo estadio del Arcángel en sus últimos años. Se trata de la obra que el periodista Daniel Entrialgo le ha dedicado a Ferenc Puskas, una narración que comienza con los orígenes del jugador, nacido en Hungría en 1927, y cuya trayectoria futbolística se confunde no solo con la historia de su país, sino con la de Europa, puesto que se entrecruza la segunda guerra mundial y la formación en Hungría de un régimen comunista que utilizó el fútbol como instrumento de propaganda, y por tanto también al propio Puskas, hasta que estalló la revolución húngara de 1956 y los tanques soviéticos hicieron valer su fuerza para evitar la disidencia. Esto llevaría al jugador a una situación difícil, tanto en lo personal como en lo deportivo, hasta que al final recaló en el equipo presidido por Santiago Bernabéu. Pudo jugar la final de la copa de Europa que supuso la quinta consecutiva del equipo, en un partido que la prensa británica definió como el mejor de la historia. El Madrid ganó por 7 a 3 al Eintracht de Francfort. Puskas marcó cuatro goles, el primero desde la izquierda con un zurdazo que entró por la escuadra a la derecha del portero alemán. El otro día Cristiano estuvo a punto de marcar un gol parecido pero desde el otro ángulo, lo puedo comparar porque también me entretuve tres días antes del partido del sábado en ver las imágenes del jugado en Glasgow en 1960.

El resultado final me produjo alegría primero por Zidane, porque coronó su savoir faire; en segundo lugar por Benzema, que marcó un gol de pillería, y porque demostró que es un gran jugador, para mí el mejor del partido. Lamenté el fallo del portero Karius en el segundo gol de Bale, incluso me dio pena de él, pues nadie se merece un fallo como ese en una final. Y no me gustaron los egos subidos de Cristiano y Bale, el primero quizás herido por no haber marcado, por quedarse sin protagonismo, y el segundo por afirmar en esa noche que hablaría con su representante. En fin, miserias frente a lo que de verdad importa: ningún equipo tiene una historia como la del Real Madrid.

* Historiador