Mi mejor amiga de la infancia, Sandra, vio ET, el extraterrestre unos días antes que yo. Teníamos 10 años, la misma edad que Elliott, el protagonista. Sandra me dijo que la había visto en cuanto nos encontramos en el patio aquella mañana, pero tuve que esperar hasta la hora del recreo para que me contara, escena a escena, la película. En aquella época no existían los spoilers y yo disfrutaba tanto de las versiones detalladísimas de mi amiga, que solía ver los estrenos infantiles antes que yo, como de las películas en sí.

Elliott está en su habitación con sus hermanos, la pequeña Gertie y el adolescente Michael. Las persianas están bajadas y todo está en penumbra. Acaban de conocer a ET. Le han traído comida, la mesa está atestada de cosas y los niños intentan averiguar de dónde proviene. Elliott coge un atlas y lo abre en la página de Estados Unidos: «Estamos aquí», le dice. A continuación señala su posición en un globo terráqueo: «Estamos aquí. ¿Tú de dónde vienes?», le pregunta. ET mira con tristeza hacia la ventana. Entonces Elliott vuelve a abrir el atlas, esta vez en la página del sistema solar. Le muestra la Tierra: «La Tierra, mi casa, ca-sa, mi casa».

ET levanta la mano y con su dedo nudoso como una rama seca señala de nuevo hacia la ventana. Entonces coge unas esferas de plastilina y las coloca encima del atlas. «¿Qué está haciendo?», se pregunta Elliott. Y Gertie murmura: «Va a pasar algo».

Entonces, como por arte de magia, las bolas de plastilina se elevan ordenada y delicadamente y empiezan a gravitar, demostrando no solo que ET es un extraterrestre sino que además tiene poderes que los humanos desconocen.

Yo siempre pienso que va a pasar algo emocionante, divertido, memorable. Una de mis frases favoritas es cuando alguien (mis hijos, mis amigos, quien sea) me dice: «¿Sabes lo que me ha pasado hoy?». Porque sé que a continuación viene una historia. A los niños les ocurren cosas constantemente, y a nosotros, en realidad, también. La chica con la que nos hemos cruzado al salir del metro, la vieja cicatriz en el pulgar, la discusión con el quiosquero.

Tal vez el final de una relación tenga lugar cuando ya no tenemos ganas de contar historias; ni el otro, demasiado interés en escucharlas. Tal vez no deberíamos hablar con nadie que no nos escuche apasionadamente.

Yo me aburro si no pienso que todo es posible. Ya sé que ahora está de moda decir que aburrirse está muy bien, que es saludable y hasta creativo, pero yo, que estoy chapada a la antigua, sigo pensando que aburrirse es un coñazo. Que sucedan cosas. Las que sean, importantes, banales, definitivas o ridículas.

Y entonces suceden.

* Escritora