Entrevisté, durante mi trabajo en Londres, a un director de banco que al hablarme de su currículo me dijo: "He estudiado Humanidades". Insistió que la formación humanística le valía de mucho en su profesión. Claro que también sabía "de números y de tipos de interés". Desde entonces aquella frase tan manida que todos conocemos, "yo soy de letras", aplicada a carreras contrapuestas a las de ciencias, la escucho con escepticismo. Si un profesional de la ingeniería o informática, sólo ha dedicado su tiempo y sus estudios a esas ramas del saber, sin más cultura humanística que la del periódico o de un esporádico libro "best seller", a ese profesional le falta algo. Viene esto a cuento a raíz del gran déficit que existe en la Universidad, de alumnos que hayan elegido alguna licenciatura en Filosofía y Letras. La culpa no es de alguien en concreto pero sí de todos. Nuestra sociedad está educada en el utilitarismo puro y duro. El éxito se mide por el prestigio que da un sueldo millonario y no por la excelencia de una dedicación que lleva consigo el interrogante "¿ y esa carrera para que sirve?". Son los padres, los que ya en el bachillerato abortan la posible inquietud de sus vástagos por una carrera "que no tiene salidas". Son los planes de estudio y la enseñanza en general, la que frena una vocación "rara". Son los medios audiovisuales, ensalzando a los superfamosos, por ejemplo del fútbol, con sueldos multimillonarios y que hacen decir a muchos, "no han necesitado estudiar y mira lo que ganan". No está el horno familiar y educativo para bollos, valga la frase popular. Si ya en la época escolar, el alumno lo que quiere es ver la tele o jugar con los videojuegos, sin más lectura que la obligatoria en los libros de texto; si, además, el ambiente familiar está imbuido por aquello de las "salidas", no debe extrañarnos ese déficit. Me viene a la memoria aquello que decía Tomás Moro, del disfrute de los placeres que ofrece la vida, pero sin ser esclavo de los bienes terrenales. Somos esclavos del utilitarismo en el trabajo bien remunerado y abdicamos del placer que nos ofrece una profesión que remunera altamente el espíritu.