El pleno extraordinario sobre el caso Gürtel que la oposición logró arrancar tras la declaración como testigo de Mariano Rajoy en la Audiencia Nacional fue ayer una repetición del y tú más que los partidos utilizan habitualmente sirviéndose de la corrupción como arma arrojadiza. El presidente del Gobierno ni siquiera pronunció la palabra Gürtel y se dedicó sobre todo a desviar la atención hacia otros temas, ciertamente importantes, como la lucha contra el terrorismo yihadista, la recuperación económica y el conflicto con Cataluña, pero que no eran el objeto del debate. Cada grupo se dedicó a lo suyo. Rajoy se empleó, con su habitual desdén, en descalificar a la portavoz socialista, Margarita Robles, y a Podemos, cuyo portavoz, Pablo Iglesias, hizo seis preguntas sobre la corrupción sin que Rajoy contestara ninguna. El presidente retó a la oposición a presentar una moción de censura. Lo dijo como si fuera imposible, pero el acercamiento entre el PSOE y Podemos -este pleno es la primera iniciativa conjunta desde el regreso de Pedro Sánchez- no hace la moción tan inverosímil si socialistas y podemistas suman a otros grupos. Rajoy acusó a la oposición de «celo inquisitorial» y de «juicio político» y repitió que contra la corrupción se lucha mejor con reformas que con reproches, argumento que no convenció ni a Rivera, quien le respondió que él no tenía ni legitimidad ni ganas para combatir a los corruptos.