Recibir la distinción que lleva el nombre de Santo Tomás de Aquino, Doctor de la Iglesia, patrón de las universidades y de los estudiantes y uno de los mayores referentes intelectuales de la historia, es para el Ayuntamiento que presido todo un honor y un motivo más para que los lazos entre la ciudad y su Universidad sean aún más estrechos. Quiero dar la enhorabuena a quienes recibieron esta distinción, felicitación que quiero hacer extensiva a sus familias, a las que sin duda deben parte del mérito y la oportunidad de haberlo conseguido.

Como habría dicho el insigne catedrático don Miguel de Unamuno, la Universidad es el templo del saber y quienes forman parte de ella, sus sumos sacerdotes. Al fin y al cabo, algo de sagrado --aunque sea ‘sagrado’ con muchas comillas--, tiene este trabajo de saber cosas nuevas y, sobre todo, de enseñar pacientemente esas cosas a otros. En la Universidad se hace ciencia y se hace pedagogía: en ese lugar no cabe la una sin otra, pues en esa doble alma reside desde hace siglos la genuina identidad del sistema universitario europeo.

Estos galardones ponen de manifiesto, por un lado, los diversos aspectos institucionales, académicos y laborales que conviven a diario en la Universidad. Y por otro, evidencian alguna de nuestras realidades humanas más vitales. La festividad de Santo Tomás de Aquino sigue siendo una ocasión para rendir homenaje a los valores que desde su origen dan sentido a la tarea universitaria, es decir, el esfuerzo por cultivar el conocimiento para el bien de la persona y el progreso de los pueblos. La política, sea cual sea el ámbito en que se desempeña, es acción, sí, pero la acción por sí sola es poca cosa. O aún peor: puede llegar a ser algo peligroso. La acción sin reflexión, sin ciencia, sin pensamiento, sin contraste de ideas, la acción a golpe de ocurrencias de 140 caracteres es una espada ciega que puede destruir todo cuanto se le pone por delante porque todo lo confunde: leyes justas y leyes injustas, intercambios equitativos y tratados arbitrarios, personas culpables y personas inocentes, creyentes liberales y tenebrosos fanáticos, terroristas e inmigrantes...

Un político que se maneje en este mundo complejo con un puñado de ideas primitivas y quizá ningún libro en su mesilla de noche, puede ganar elecciones, claro que sí, y de hecho así está ocurriendo, pero difícilmente sería bienvenido en un templo como el de la Universidad. Como seguramente tampoco lo sería en una ciudad como Córdoba, cuya sola mención evoca algunos de los más altos logros de civilizaciones dispares y dioses contrapuestos que, no siempre pero sí en los mejores momentos de nuestra historia, supieron vivir los unos junto a los otros.

Tomás de Aquino, patrón de las universidades, con motivo de cuya festividad nos reunimos esta tarde, escribió sabiamente: «Temo al hombre de un solo libro». Es un pensamiento que conviene recordar en estos tiempos difíciles. Temamos a alguien de un solo libro. Temamos a alguien de una sola idea. Temamos a alguien de una sola fe, de una sola y ciega determinación, de una sola y temible obsesión.

Si Tomás de Aquino tuvo una especial vinculación con el pensamiento de uno de los grandes cordobeses de la historia, como es el caso de Averroes, el Ayuntamiento de esta ciudad quiere y debe tener una relación muy especial con su Universidad.

A lo largo de muchos siglos, estudiantes y sabios de todo el mundo peregrinaban a Córdoba para acceder a las máximas cotas del saber de su tiempo. Hace casi mil años, en tiempos del califa Abderramán III, esta ciudad llegó a tener setenta bibliotecas, se fundó una Universidad, una escuela de medicina y otra de traductores del griego y del hebreo al árabe. El segundo Califa, Alhakén II, reunió en una biblioteca más de 400.000 volúmenes, lo que hacía de Córdoba uno de los grandes centros del estudio en el mundo conocido.

Nuestra actual Universidad es, sin duda, heredera de aquel esplendor, así como del pensamiento de Séneca, Lucano, Osio, el Inca Garcilaso o Luis de Góngora, y de una larga nómina de intelectuales y científicos que han hecho grande a esta ciudad a lo largo de su historia. Por eso Córdoba no se entendería sin la institución universitaria.

Pero si el pasado nos hace lo que somos, el presente nos obliga a dejar a quienes nos sucedan una ciudad y una Universidad mejores de las que nos encontramos, y es ahí donde las relaciones entre la una y la otra son absolutamente fundamentales.

La festividad del sabio de Aquino es buena oportunidad para recordarnos a nosotros mismos, a los políticos, pero también a los hombres y a las mujeres de ciencia, que debemos combatir desde la política y desde el pensamiento a quienes, casi de un día para otro, pretenden enterrar bajo toneladas de hormigón la bandera de la fraternidad y el emblema de la igualdad, esa larga y fructífera tradición de la Ilustración que ha hecho de Europa un espacio privilegiado de tolerancia política, libertad de pensamiento, emancipación personal y conocimiento científico.

Gracias una vez más a la Universidad de Córdoba por este reconocimiento, que es el fruto de las relaciones tejidas con mimo por todos mis antecesores, Julio Anguita, Herminio Trigo, Manuel Pérez, Rafael Merino, Rosa Aguilar, Andrés Ocaña y José Antonio Nieto, quienes al igual que yo tuvieron meridianamente claro que el futuro de Córdoba no se puede entender sin su Universidad.

* Alcaldesa de Córdoba (discurso pronunciado en los premios Santo Tomás de Aquino de la UCO)