Parecía que el PP iba a salir del armario. Durante el congreso de su organización juvenil en el País Vasco se planteó la posibilidad de aprobar una ponencia que defendía los derechos de los homosexuales al matrimonio civil. Sin embargo, finalmente fue desechada por los sectores conservadores con un ojo puesto en el recurso de inconstitucionalidad que el partido tiene planteado en el Tribunal Constitucional contra la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo.

El caso es que algunos destacados miembros del PP han reconocido públicamente su homosexualidad y otros tantos han apoyado explícitamente las uniones entre homosexuales, se llamaran como se llamasen. Desde Alfonso Alonso, portavoz parlamentario del PP, al propio ministro de Justicia Alberto Ruiz Gallardón. Y en otros países, líderes internacionales del liberalismo-conservador, del británico David Cameron al norteamericano Ron Paul pasando por el alemán Guido Westerwelle, han defendido con distintos argumentos la ampliación del concepto de matrimonio.

Por un lado, conservadores como Cameron sostienen que la derecha ha defendido siempre la institución de la familia como el núcleo de la sociedad. Por el contrario, la izquierda ha atacado sistemáticamente la institución familiar ya que sería en su seno donde primero y más fuerte se reproducirían las situaciones de explotación capitalista, adoctrinamiento consumista y la práctica de la "propiedad privada", el principal mal corruptor de la humanidad. Según Cameron, al permitir el matrimonio homosexual, y su adopción de niños, la institución de la familia se vería reforzada sobre todo ahora que los heterosexuales cada vez más prefieren las relaciones light al compromiso y el esfuerzo que supone fundar una institución tan densa, compleja y heavy como es la familia.

Desde la otra perspectiva de derechas, la liberal, se critica al Estado de meterse donde no le llaman, ya sea en la cartera (mediante el expolio fiscal cuando gobierna la izquierda) o la bragueta (la derecha y su obsesión por el sexo). Por el contrario, según el liberalismo el Estado no tiene nada que decir de manera legítima sobre las relaciones voluntarias entre las personas, por lo que no estaría legitimado ni para regularlas ni, faltaría más, para impedirlas coactivamente.

Debería ser la propia sociedad civil la que a través de diversas organizaciones, desde religiosas a civiles y laicas, las que tendría que proceder a dispensar todo tipo de ofertas matrimoniales. Parafraseando a Hamlet: "¡Hay más familias en el cielo y la tierra, Horacio, de las que se sueñan en tu filosofía!"

* Profesor de Filosofía