Hubo un tiempo en que los cronistas e historiadores destacaron la resignación como una de las marcas definitorias del carácter de los habitantes de Los Pedroches. Se aludía, de esa manera, al carácter dócil y conformista de los lugareños, acostumbrados a enfrentarse sin rebeldía a un futuro adverso condicionado por las carencias de un territorio hostil perdido en mitad de la nada. Algo ocurrió, sin embargo, hace pocas décadas que torció ese aciago destino sin esperanza. No sabemos exactamente por qué, pero los habitantes de Los Pedroches descubrieron, de pronto, el potencial inmenso de la reivindicación ciudadana y se convencieron de que, si algún futuro había para esta tierra, ese estaba solamente en sus propias manos, en la fuerza de su acción conjunta frente a un porvenir impuesto.

Las multitudinarias manifestaciones de los años 90 contra el cementerio nuclear fueron el primer ensayo que sorprendió a los propios convocantes. La decisión colectiva de toda una comarca unida en la reclamación de un futuro limpio para sus encinas milenarias forjó un espíritu que ha vuelto a resucitarse años después, cuando se creía ya perdido. Desde 2007 viene desarrollándose en Los Pedroches un ejemplar ejercicio de civismo colectivo en la reivindicación de una parada del tren que, más allá de su propio significado intrínseco, se ha convertido en símbolo cabal de la lucha ciudadana contra el abandono al que ha estado sometida esta comarca durante muchos años.

Los habitantes de Los Pedroches perciben en la exigencia de que el tren pare en su comarca la reparación de una injusticia histórica: la que ha posibilitado que una vía férrea parta en dos sus dehesas, con grave daño ecológico, sin recibir a cambio beneficio alguno; la que significa ser espectadores, y no actores, de un progreso que circula a toda velocidad delante de sus propias narices; la que les obliga a permanecer aislados del mundo a pesar de acoger en su territorio el medio de transporte más innovador. La rebelión contra ese destino que parecía ineludible, capitaneada por la plataforma "Que pare el tren en Los Pedroches", constituye un fenómeno auténticamente popular observado con reparos por unas clases dirigentes que no acaban de ver clara la rentabilidad económica de un proyecto cuya viabilidad sólo puede entenderse desde su rentabilidad social.

La estación del AVE de Villanueva de Córdoba-Los Pedroches no responde, pues, a ningún capricho eventual, sino a la convicción profunda de toda una comarca que protagonizó un dramático episodio de rebeldía frente a su destino, al clamor majestuoso de unos pueblos que necesitaban reparar tantos años de injusticia y aislamiento, al esfuerzo colectivo de la sociedad civil de Los Pedroches, que se levantó contra la adversidad para reclamar lo que le pertenece. El logro de la estación no corresponde tampoco a la acción gestora de los políticos, como hubiera debido ser, sino al empuje imponente de los ciudadanos de Los Pedroches, que se enfrentaron a sus representantes en todos los niveles de la administración, incluso los más cercanos, porque inicialmente nadie creía ni en el proyecto ni en la fuerza colectiva de los ciudadanos.

Cuenta Al-Jusani que cuando el juez de la aljama cordobesa Soleiman el Gafequi, natural de Belalcázar, se presentó en la mezquita por primera vez, los curiales lo despreciaron a causa de su humilde origen y pusieron bajo su estera de oración gran cantidad de cáscaras de bellota para burlarse de él. Cuando, terminados sus rezos, levantó la estera para ver lo que crujía, vio las cáscaras y dijo: "Vosotros me echáis en cara el que sea de Fahs al-Ballut (como entonces se conocía a la comarca); pero yo os prometo que he de ser tan duro como la madera de encina, que no se hiende". Las gentes de esta comarca olvidada del norte de Córdoba han logrado que, tras años de desencuentros y dilaciones, que muchas veces parecían burlas, la estación del AVE esté lista para acoger los trenes que se detengan en ella. Tan sólo falta un empuje final y, convencidos ya de su propia fuerza, todos los pueblos de la comarca se van a reunir de nuevo el próximo domingo para proclamar a quien aún tenga dudas que esta batalla ciudadana no se va a perder, porque la gente de Los Pedroches --fuerte como la encina, dura como el granito-- no está dispuesta a recibir más desprecios y ha decidido que la resignación como proyecto de vida es ya solo un mal recuerdo en su memoria.