El cordón sanitario que la coalición de centroizquierda, hasta ahora en el Gobierno, y la alianza conservadora habían tejido para evitar que la ultraderecha se acercara al poder se rompió el domingo cuando la formación ultra Demócratas Suecos logró el 17,6% de los votos en las elecciones legislativas, un porcentaje más que suficiente para dificultar la formación de una mayoría que permita formar gobierno. Estos resultados plantean varias reflexiones necesarias que sirven no solo para Suecia, sino para toda Europa. La primera es la de que confirman una tendencia que en los últimos años está minando las democracias del continente. Los partidos ultras y xenófobos se están acercando rápidamente al poder y en algunos casos, como los de Hungría, Austria o Italia, ya se han asentado en él. El avance de los partidos de extrema derecha los convierte en necesarios para gobernar y reclama que se les considere políticamente. Suecia es el último caso en el que habrá que contar con alguna colaboración de un partido ultra aunque sea desde fuera del Gobierno. Históricamente, Suecia ha sido un país de acogida y lo que revela el resultado electoral es el papel predominante que adquiere la identidad ante la llegada de migrantes. Y un aspecto no menor de estas elecciones es el efecto negativo que tendrán en la Unión Europea sobre la urgencia de adoptar políticas para gestionar los flujos migratorios desde la equidad y la dignidad.