El rostro de Agamenón no fue aquella máscara de oro encontrada entre las ruinas de Micenas, bajo la Puerta de los Leones que tan bien describió Esquilo en La Orestiada. Heinrich Schliemann, después de haber hallado la ciudad de Troya en 1870, partió hacia Micenas, o donde él pensaba que había estado Micenas, y creyó mirarse en la máscara mortuoria del rey griego cuando se contempló en el brillo de sus facciones doradas; pero pertenecía a un rey micénico anterior, por lo que ese rostro de misterio se hundió en las profundidades homéricas del sueño. Estos días, un equipo de arqueólogos griegos y alemanes ha encontrado una placa de arcilla en Olimpia, en el Peloponeso, con la inscripción más antigua que se conserva de La Odisea. El fragmento recoge 13 versos en los que el héroe Odiseo, o Ulises, habla a su criado Eumeo, aquel porquero fiel a su señor que lo acoge cuando regresa a Ítaca disfrazado de mendigo, pero sin reconocerlo. Data de antes del siglo III d.C. «La placa de barro es probablemente el extracto más antiguo de la epopeya de Homero que ha salido a la luz hasta ahora», ha anunciado el Ministerio de Cultura griego. Nos miramos en esos trece versos, esas trece incógnitas sobre la identidad del pobre vagabundo que llega a la costa de Ítaca y que solo será reconocido por su ya anciano perro Argos, que morirá de emoción a los pies de su dueño. Esta placa de arcilla es también un rostro dorado frente al tiempo, un espejo de luz en que podemos mirarnos, recordando la edad en que el Mediterráneo, su escenario de viajes, era ese azul turquesa y la poesía. La Ilíada es una épica de una guerra, pero también un mosaico de valor, erotismo y belleza. Helena, Paris, Héctor, dónde estáis. Toda esta actualidad de lazos amarillos, con su traición pública, estaba ya grabada en La Ilíada. Esas mismas murallas volverán a caer. Y somos ese barro, sus mismos personajes. La modernidad sigue estando en Homero, con su calma marina al salir de las aguas.

* Escritor