La insistencia en el carácter histórico de las cumbres de la Unión Europea (UE) aboca al cansancio por el uso hiperbólico del término. La que hoy acaba, pese a evitar dicha calificación, puede resultar realmente histórica. No es una más destinada a mostrar la incapacidad para atajar los problemas que afectan a los ciudadanos europeos. Este Consejo Europeo está destinado a marcar un nuevo rumbo, a salir del pesimismo que ha hecho mella en la Unión tras el inesperado voto británico de hace un año a favor del brexit como continuación de la ola populista de matriz ultranacionalista y antieuropea en varios países. Aquella oleada se ha frenado -lo que no quiere decir que haya desaparecido por completo- como indican la tendencia en las elecciones holandeses de marzo y en las recientes francesas, así como el aumento del europeísmo entre la ciudadanía que se ha venido registrando en las encuestas de opinión.

Si el brexit sirvió para compactar a los 27 frente al gran desafío que suponía y supone la salida de uno de sus miembros, la aparición en escena de un europeísta militante como Emmanuel Macron está dando un nuevo aliento a lo que siempre había sido el motor de Europa, el eje franco-alemán. Antes de la cumbre, la cancillera Angela Merkel se había manifestado favorable a dos propuestas del presidente francés que hasta ahora habían sido tabú, un superministro del euro y un presupuesto común en los países del euro. Y Emmanuel Macron no se le quedó a la zaga: «Europa no es solo un proyecto, es una ambición», argumentó en su llegada a la cumbre. Y en esa ambición común apuntada por el presidente francés entran la lucha antiterrorista, la inmigración y la defensa.

Ahora, abierta ya formalmente la negociación del brexit, esta cumbre ha querido centrarse en el futuro de la Unión, de una unión a 27. Y una muestra de este nuevo horizonte ha sido el acuerdo para lanzar la Cooperación Estructurada Permanente (PESCO) en cuestiones de defensa, algo que, como ironizó el presidente de la Comisión, es una idea que ya se apuntó en los años 50.

Muy debilitada en su país, esta cumbre refleja la soledad de Theresa May y del Reino Unido. La primera ministra quiso llegar al Consejo con algo en la mano y se guardó un aspecto de la negociación que la delegación británica no presentó en el inicio de las conversaciones, el de la protección de los derechos de los europeos en territorio británico -con cinco años de permanencia mantendrán su estatus de establecimiento permanente-, pero sus colegas se limitaron a dar acuse de recibo sin discutirlo.

Este momento de relanzamiento es el que cabía esperar de la Unión Europea. Ahora solo falta que los distintos líderes no lo estropeen porque la Unión no tendrá muchas más oportunidades para regenerarse.