La Unión Europea, ese opni (objeto político no identificado, en palabras de quien fue uno de sus grandes arquitectos, Jacques Delors), se ha hecho mayor a fuerza de crisis a lo largo de su historia. Ahora se dispone a conmemorar dentro de dos semanas el 60º aniversario de la firma del Tratado de Roma en una situación de crisis y desgarro interno. Pese a muchos tropiezos, la UE siempre había sido capaz de construir. Por el contrario, la fase de deconstrucción es ahora una amenaza poderosa. No solo es el brexit. Son también otros populismos que acechan en muchas esquinas y las ansias de renacionalización y recuperación de soberanía. El riesgo es tan grande que incluso el Libro blanco presentado hace pocos días por el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, que analiza cinco posibles escenarios, contemplaba entre las opciones de futuro la de retroceder a los años en que Europa era solo un mercado único, algo que a estas alturas los europeos no podemos permitirnos.

La última cumbre europea ha apuntado un camino por el que se puede transitar adoptando una de las opciones de aquel Libro blanco, la de ir a una Europa de dos velocidades. No es la aspiración de los federalistas y europeístas más convencidos que prefieren un horizonte de verdadera unión política y económica. Sin embargo, en las actuales circunstancias es la opción que puede dar a la UE mayores posibilidades si se trata de avanzar hacia la integración, hacia una mayor seguridad y prosperidad, hacia una Europa verdaderamente social. El resultado de esta fórmula permitiría además contrarrestar el auge del antieuropeísmo para esos movimientos políticos que en algunos países --como Le Pen en Francia-- defienden la postura «menos Europa».

La Europa de dos velocidades no es una novedad. Ahora mismo, no todos los 28 participan en el euro o en los acuerdos de Schengen. Cada país es libre de sumarse o no, y la «cooperación reforzada» ya está en los tratados. Pero la opción ha desatado la oposición de los países del Este, con Polonia en cabeza, que temen una Europa con socios de primera y de segunda y un nuevo eje divisorio. La posibilidad de un nuevo «telón de acero» surge como un fantasma, aunque precisamente esos países podrían beneficiarse «a la carta» de acuerdos para una seguridad reforzada. Sus temores pueden ser justificados, pero no esconden la pretensión de convertir la UE en el campo de batalla de sus luchas políticas internas, con interpretaciones en claves nacionales, también escenificadas por Polonia al votar en contra de la reelección del polaco Donalds Tusk para la presidencia del Consejo Europeo . Estos países debilitan el liderazgo, aunque muy defectuoso, del eje franco-alemán, pero no hay que olvidar que sin este eje no hay Europa, que la UE nace para acabar con enemistades históricas que repetidas veces ensangrentaron el suelo europeo.