Siendo consciente de lo mucho que nos jugamos como sociedad en la misión de restaurar la legalidad y la democracia frente al desafío independentista, y que no es otra cosa que la supervivencia del proyecto común europeo, me van a permitir detenerme hoy en algunas cómicas escenas que la sinrazón nos está dejando. Para desesperación de los separatistas y angustia de los cismáticos, algunos pasajes que están protagonizando forman parte de la más arraigada tradición castiza del sainete español.

Sirva como ejemplo la comparecencia del expresidente Puigdemont del 26 de octubre, que después de ser retrasada hasta en tres ocasiones, por espacio de cuatro horas y cambiando su ubicación, comenzó con la impagable frase «Gracias por su presencia en esta comparecencia convocada urgentemente».

Por la tarde asistimos a la detención del otrora aventurero Álvaro de Marichalar, detenido por los Mossos acusado de resistencia a la autoridad y conducido al interior del Parlament para evitarle males mayores en la que pudo haber sido su última aventura: colocarse en medio de una horda indepe portando unas banderas española y europea. El esperpento estaba servido, y hubo quien bromeó con el poco valor del prisionero como para intercambiarlo por los Jordis...

Y hablando de los Jordis, ya tuvieron su momento de gloria cuando Jordi Sánchez pidió el cambio de módulo en la prisión de Soto del Real tras gritarle un preso a la cara un «Viva España», en una crisis de seguridad penitenciaria sin precedentes en nuestro país. Menos mal que no le hicieron un corte de manga como el que recibió mi compañero Toni Cantó en el Congreso, de brazos de una diputada del PdeCat, o hubiera habido que poner en marcha el protocolo antisuicidio.

Pero lo que más me ha sorprendido y me ha llevado a acuñar el anglicismo que da título a este artículo, Twittitir, fue la noticia de que unos diputados del Parlament, que habían dimitido por Twitter, se desdecían y volvían a ocupar sus escaños. Dimitir por Twitter, como si la red social además de un altavoz para la política fuera una suerte de registro de documentos, o de voluntades.

Cuatro horas les duró la indignación a estos parlamentarios independentistas, tan prestos en dimitir ante el rumor de una convocatoria de elecciones (en contra de sus firmes convicciones) como en volver al extinguirse la posibilidad de los comicios y abrirse camino la DUI. Esto, además de demostrar la teoría de la relatividad del tiempo (cuatro horas es poco para que se te pase tamaña indignación, pero una eternidad si eres un periodista esperando a que comparezca Puigdemont), demuestra una diferencia de trato que los tuiteros no debíamos permitir: del mismo modo que no pocos políticos han tenido que dimitir por desafortunadas declaraciones vertidas en la red social, incluso habiendo borrado sus comentarios y pedido perdón, no debíamos consentir que Jordi Cuminal y Albert Batalla volvieran a ocupar sus escaños después de haber entregado voluntaria y públicamente sus actas de diputado al pajarito azul.

Ustedes pensarán que ahora ya no tiene importancia, una vez disuelto el Parlament en aplicación del 155 de la Constitución. Pero, paradojas de la vida, el tiro les puede salir por la culata: con ambos tuits en la mano, el de la dimisión y el de la vuelta al redil, se infiere claramente el sentido afirmativo de su voto en la proclamación de la DUI, por muy secreta que fuera la votación. Hay prueba indiciaria suficiente como para que algún fiscal avezado se apreste a ponerles ante el juez.

Recuerden amigos, los tuits los carga el diablo, y el botón «Twittear» es demasiado gordo en los smartphones para no tener cuenta atrás.

* Diputado nacional de Ciudadanos por Córdoba