No rechazo a los turistas. Aún no, pero estoy a punto. Córdoba incrementa cada año el número de visitantes sin que exista un modelo turístico de ciudad. Llega mayo y todo se desequilibra. Córdoba deja de poseer esa escala tan humana y sostenible que la caracteriza, para convertirse en un gran contenedor de turismo de sol y flores. Que levante la mano el habitante de Córdoba que no se sienta "excluido" de la fiesta de los patios o que piense que ésta ha perdido enormes dosis de autenticidad desde que se coronó con el título de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Ya no reconozco San Basilio durante estos días, al igual que dejé de sentir mía la calle Deanes hace muchos años. Turismo masivo: pan para hoy y hambre para mañana.

Me gustaría creer que el turismo genera empleos en la zona, que propicia la creación de nuevos negocios, que mejora la calidad de vida de los habitantes locales y que trae beneficios a la ciudad en general. Eso es lo que nos cuentan. Pero, por desgracia, solo veo la botella medio llena y no doy saltos por los supuestos beneficios, por mucho que suba la tasa de empleo en Córdoba en mayo para volver a caer en junio. ¿La gestión del patrimonio solo pasa por el turismo? ¿De verdad que no existen otros modelos? Mucho me temo que si el turismo sigue creciendo de forma tan imparable y tan estacional en Córdoba, su efecto será desestructurador de la sociedad a todos los niveles.

Cuanto más auténtica siga siendo nuestra trama urbana, más sentido tendrá para sus habitantes y menos banal será nuestro turismo, ya que resultará más integrador. Hace unos años vi una pintada en el barrio barcelonés del Borne que decía "menos turistas y más viajeros". Tal vez sea una cuestión de educación --como casi todo-- que las ciudades construyan visitantes más subjetivos, con una manera de entender el viaje más personal, improvisado y alejado de los grandes circuitos. Y Córdoba merece más viajeros que turistas.

* Periodista