Cuando visito en Fitur el pabellón de Andalucía, pienso en su variedad de ofertas turísticas, inimaginables hace 92 años. En 1926 el economista baenense Antonio Bermúdez Cañete escribió una serie de artículos sobre algo que sonaba a fantasía: la necesaria industrialización del turismo en España; lo que él llamaba entonces una verdadera fabrica, «el sol de Málaga», para atraer a los extranjeros que no podían costearse el lujo de la Costa Azul. Hoy se habla con naturalidad de la industria turística de España que alcanza cotas muy altas, con su repercusión económica y en puestos de trabajo. Es su lado positivo, aunque todos tenemos la experiencia de que en algunos lugares de ciudades turísticas, uno no puede moverse sin chocar con una masa de personas. Venecia tiene menos de 60.000 habitantes y recibe más de 20 millones de turistas cada año. Se ha dicho que el viajar es «una aventura del espíritu» y enriquece el entendimiento. Sin embargo con el turismo masivo eso se está poniendo en duda. Pero todo tiene arreglo. Los viajes hay que planteárselos de otra manera. Deben ser una invitación a descubrir y a participar en lo nuevo. El viajero descubre en lugares sin fama turística otra manera distinta de vivir; más sencilla, más natural y más relajante. Somos muchos los españoles que viajamos para conocer tanto rincón de España rico en patrimonio cultural, como lo demuestra el aumento del turismo hacia el interior de Andalucía. No solo de pan y buen condumio vive el turista. El turismo cultural, como visitar monumentos históricos e iglesias artísticas, es memoria eterna.

* Periodista