En las horas inmediatamente posteriores al brutal atentado yihadista en el museo tunecino del Bardo, en el que fallecieron 21 turistas, las cámaras recogían la determinación de muchos ciudadanos de no dar marcha atrás en el proceso democratizador que el país norteafricano está desarrollando. El domingo pasado, la sociedad tunecina demostró de forma masiva esta voluntad en la calle manifestándose contra el terrorismo que quiere poner fin a la democracia en el país que fue cuna de la primavera árabe y hoy, cuatro años después de su inicio, es el único que ha logrado mantener el ideario original de aquel movimiento aunque tenga que sortear numerosos obstáculos. La presencia de dirigentes europeos como François Hollande o Matteo Renzi en la marcha adquiere un gran significado cuando Túnez necesita el apoyo de la orilla norte del Mediterráneo. El país norteafricano tiene que sortear unos retos enormes. La estabilidad política se va logrando y las citas electorales adquieren aires de ejemplaridad en el mundo árabe. Sin embargo, el desarrollo económico está bloqueado con su industria turística en horas bajas tras el atentado. Y la seguridad plantea enormes dificultades cuando el país tiene unas fronteras difíciles de controlar con Libia y Argelia, que son puerta abierta a todo tipo de tráficos y por las que se mueven a sus anchas los terroristas. El anuncio del abatimiento del cerebro del ataque al Museo del Bardo y de otros ocho terroristas no es ni de lejos el final de la amenaza.