Leo que las mujeres tunecinas podrán casarse con hombres no musulmanes y una electricidad se sube al titular, como un calambre que recorre la lectura y nos hace mirar detrás de las palabras. Desde nuestras conquistas de igualdad de derechos entre mujeres y hombres -como un poema en marcha sobre una realidad de árida prosa-, nos puede costar situarnos respecto al avance que supone para las tunecinas y para la mujer en general. Desde 1973 existía una norma en Túnez, no muy diferente a las de otros países del entorno, que impedía a las mujeres contraer matrimonio con cualquiera que no fuese musulmán. Saïda Garrach, la primera mujer portavoz de la presidencia del Gobierno, publicó este jueves en su página de Facebook: «Todos los textos relacionados con la prohibición del matrimonio de la mujer tunecina con un extranjero han sido anulados. Felicidades a las mujeres de Túnez por el triunfo del derecho a elegir libremente su cónyuge». Pues sí, felicidades: para qué ese marasmo de conversiones falsas y forzosas, por parte de los hombres, para poder abrazar, ante su comunidad, a la mujer que aman. Que ya no sea necesario un certificado de conversión al islam del novio de marras y futuro marido es un avance democrático, civil y de derecho, que dignifica a una sociedad. Como siempre, son las propias mujeres tunecinas, a través de varias plataformas ciudadanas, las que han sacado la iniciativa adelante, denunciando su carácter discriminatorio. Quedan cuestiones pendientes, como la flagrante desigualdad ante las herencias -en Túnez, también como en otros países, la mujer recibe aún la mitad que los hombres-, como recordó el presidente Béji Caïd Essebsi en la fiesta para la mujer. Esto es la vida con su dureza y su superación. Al salir de la aldea y de su fijación, uno ve el horizonte cada vez más amplio, nítido y sufriente, pero también, desde ahora, algo más libre y más igualitario. Frente a las miopías nacionalistas, hoy para mí Túnez es el mundo..

* Escritor