¿Tan difícil es resistirse a hacer una broma de mal gusto? ¿Cuál es la frontera entre la libertad de expresión y la ofensa deliberada? ¿Es que no merece la pena recuperar la empatía y no concebir las redes sociales como un instrumento para humillar a otras personas? Las redes, especialmente la más «adulta», Twitter, son hace tiempo un vertedero de los peores instintos, especialmente por parte de los anónimos trolls. Pero otros van a cara descubierta, y periódicamente se producen nuevas brutalidades con firma. Esta semana se ha llevado la palma el militante de ERC Domingo Mir, que se rio del piloto muerto tras la exhibición aérea del pasado 12 de octubre. De poco sirve mostrarse «avergonzado» y pedir disculpas si el daño gratuito ya está hecho.