Parafraseando a Marx, «un fantasma de nacionalismo recorre el mundo». El Brexit en el Reino Unido, las expectativas de Marine Le Pen en Francia, ese 46% de Hofer en Austria, la victoria del PVV de GeertWilders en Holanda, la victoria de Trump en los Estados Unidos… son sólo algunos indicios de que Occidente vuelve al nacionalismo, ante la perplejidad que causa los problemas con los que se enfrenta. Sorprende que en un mundo tan globalizado, con tanta dependencia financiera, tanto turismo, se produzca un fenómeno como este.

Algunos consideran que este auge del nacionalismo es coyuntural, pues la dependencia que la globalización impone hará que los intereses se sobrepongan a cualquier ideología. Para ellos, este auge es sólo un fenómeno retórico de consumo interno. Así argumentaban los que veían imposible que Alemania y Francia se enfrentaran en una guerra en 1914 y se equivocaron. Fue la retórica la que prendió aquella guerra.

Para otros, esta vuelta al nacionalismo tiene que ver con los perdedores de la globalización. Son los parados de los centros industriales en América o los habitantes de las zonas rurales en el Reino Unido, los que han votado a Trump y el Brexit. Y puede que lleven razón: la desigualdad produce indignación y echar la culpa a los extranjeros es una propuesta que cala en los electorados simples. Pero no hay tantos perdedores de la globalización en el Reino Unido, Francia, Austria u Holanda, ni siquiera en los Estados Unidos, ni son sólo los que tienen menos educación los que votan estas soluciones.

La causa, en mi opinión,es más profunda. Tiene que ver con la educación, no con la cantidad de años de escolarización, sino con lo que se aprende. Y lo que se aprende, porque es lo que se enseña, es nacionalismo. Difuso y sutil, pero nacionalismo. Lejos de tener una educación y una cultura cosmopolita, lo que enseñamos y lo que subrayamos es lo nacional. Construimos en nuestras mentes la identidad a fuerza de circunscribirnos a una geografía, y de repetir un relato de lo que somos, subrayando y superlativizando lo propio. Subrayamos lo bueno de lo nuestro, no lo bueno de cualquier lugar del mundo. Construimos nuestra identidad acentuando las diferencias.

La política, y hablamos de política, no se estudia en las escuelas, se sustituye por la historia. Y la historia que enseñamos es la de cada uno de nuestros países afirmándose unos contra otros. Los franceses leen la maldad de los alemanes; los británicos, su imperio; los norteamericanos, el supremacismo blanco. No enseñamos nada de China o de India. Latinoamérica o África no existen hasta que no llegaron los europeos. No enseñamos arte precolombino, ni tenemos idea de la literatura japonesa, ni sabemos nada del islam. Nuestro entorno cultural, salvo la superficialidad importada de Norteamérica, es nacional: los deportes, las actividades, los referentes populares. Hasta los medios más abiertos señalan antes un logro español, subrayando lo de español, que uno extranjero. Todo está referido a un nosotros cada vez más constreñido. Nos inoculamos nacionalismo, cada vez más local, continuamente.

Las sociedades cosmopolitas no se hacen con el comercio, porque comerciar es compartir intereses, ni con el turismo, pues es viajar sin comprender, ni con corresponsales. Las sociedades cosmopolitas se hacen reconociendo a los otros, reconociendo su historia, su literatura, su arte, su ciencia, sus costumbres. Se hacen comprendiendo que ellos son nuestros mismos yoes con otras circunstancias. Se hacen con una buena educación.

Mientras en nuestra educación y en nuestra cultura no entre otra humanidad que la nuestra, mientras no tengamos un nosotros más amplio y menos etnocéntrico, seremos sociedades de nacionalistas larvados que, en el mejor de los casos, tendrán un internacionalismo superficial con una pátina de buenismo hacia los países pobres. Nacionalistas larvados que pueden convertirse en totalitarios con tres ideas simples y retórica patriotera.

El nacionalismo, decía Baroja, se cura leyendo y viajando. El problema es viajar cómo y leer qué.

* Profesor de Política Económica.

Universidad Loyola Andalucía.