Donald Trump ya tiene el camino expedito para la nominación republicana a las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Tras las renuncias de Ted Cruz --que los republicanos consideraban su candidato ideal y al final ha sido tachado de elitista-- y de John Kasich, los dos últimos aspirantes que quedaban en liza de la decena larga que había al inicio de las primarias, el multimillonario se ha quedado solo, consiguiendo una victoria indiscutible. Por el contrario, el Partido Republicano ha quedado en una situación de desasosiego, porque Trump nunca ha sido hombre de partido, de ninguno. Siempre ha ido a lo suyo sin importarle otra cosa que no fuera su beneficio personal. En realidad, este imparable ascenso del aspirante es una gran derrota del partido, en particular de las élites que lo dirigen, que han demostrado no tener ninguna influencia y ahora deben conformarse con un candidato no deseado. La realidad del rodillo del multimillonario se ha impuesto. La posibilidad varias veces aireada de presentar una tercera formación que permitiera recoger el voto de los republicanos anti-Trump es ya muy tenue.

La carrera en solitario del magnate no es una buena noticia para la candidata demócrata, Hillary Clinton. Ahora Trump solo tendrá un objetivo a batir y las semanas que quedan hasta las respectivas convenciones darán sin duda testimonio de una campaña muy agria. Lo cierto es que ambos aspirantes, el republicano y la demócrata, son ya los candidatos presidenciales más impopulares, algo que no tiene precedentes en EEUU.