La semana pasada, el presidente Trump visitó Europa. Vino a un encuentro del G-7 en Italia y a otro de la OTAN en Bruselas. En ambos se encontró con los principales líderes europeos, liderados especialmente con la señora Merkel, y no solo porque ella «es» Alemania, sino porque, de los otros tres, uno lo es de un país que se «va de Europa» y los otros dos o son unos recién llegados, como el presidente Macron, o es un político de bajo perfil, como el primer ministro Gentiloni.

La conclusión de estos encuentros es que Trump tiene una idea de Europa tan simple como la tiene de todos los demás asuntos, lo que tiene no pocas implicaciones para la Unión Europea. Para Trump, la OTAN es una vieja reliquia del pasado. No es una estructura de alianzas militares que garantiza un conjunto de valores compartidos, sino una especie de burocracia que pagan los Estados Unidos y que beneficia a los europeos. De la misma forma, Trump tiene la idea, tomada de los conservadores británicos y de los populistas continentales, de que la Unión Europea es otra burocracia ineficaz que no tiene otro fin que la garantía de un mercado para las exportaciones alemanas. Para Trump, pues, Europa es una rémora porque no gasta en su defensa, que sirve a los intereses de Alemania en su política comercial, que tiene veleidades sociales y es timorata con el terrorismo y los flujos migratorios.

A partir de estas ideas, que, como ha constatado la canciller Merkel, no se pueden argumentar, sencillamente, porque el presidente Trump no escucha, se derivan tres importantes parámetros para la política europea que habrá que tener en cuenta.

En primer lugar, los Estados Unidos están cambiando su política exterior de superpotencia garante (al menos en su propio imaginario) de la democracia y la globalización, en una política exterior al servicio exclusivo e inmediato de sus intereses económicos. Esto implica que no se podrá contar con ellos en ninguno de los grandes temas que configuran la agenda política mundial: seguridad, globalización y cambio climático. Sin Estados Unidos en el papel de superpotencia, el marco de las relaciones internacionales vuelve a cambiar hacia un concepto «realista», es decir, a partir de ahora, todos somos competidores en el escenario mundial y se vuelve a una lógica de intereses, sustituyendo la lógica de los valores. Una lógica para la que la Unión Europea no está preparada y en la que China y Rusia no son socios.

En segundo lugar, cambiado el marco exterior, Estados Unidos no es ya un socio fiable para la UE antes los problemas en sus fronteras cercanas. No percibe a Rusia como amenaza, ni tiene interés en resolver de forma estable el problema de Oriente Próximo, lo que implica, para la Unión Europea, que tendrá que trabajar de una forma más activa en el pilar militar de la Unión, empezar a pensar en un papel más claro en Oriente Medio (ahora sin los británicos) y en cómo articular una presencia mucho más explícita en África. La Unión Europea, además de sus crisis internas, deberá hacer frente, a partir de ahora, sin los Estados Unidos, a la amenaza rusa, los Balcanes, los problemas con Turquía y la situación en Oriente Medio y el Norte de África.

En tercer lugar, al no percibir a Europa como su aliado natural, la Unión Europea no puede contar con los Estados Unidos para fortalecerse, ni para resolver sus problemas internos. Más aún, al estar ideológicamente tan próximo a los populismos nacionalistas, tanto de derecha como de izquierda, y tan próximo a los intereses de Putin, el presidente Trump es más una amenaza para la Unión que una ayuda. La nueva administración norteamericana, lejos de ayudar a fortalecer la propia Unión, jugará en contra de ella.

En definitiva, Trump es para Europa, como ya intuíamos, un problema. Lo bueno es que ahora ya lo sabemos.

* Profesor de Economía.

Universidad Loyola Andalucía