Hace cerca de diez años, de noche, en la ahora cerrada taberna de Villegas en la estrecha y corta calle peatonal Torre de San Nicolás, había una animada tertulia en la que llevaba la voz cantante el hoy enmudecido por la enfermedad Rufino Segura. Corría el buen vino de Montilla-Moriles y ayudaba el pescaito muy bien frito por Salud (que nada tenía que envidiar al legendario Pepe el de la Judería en el menester de freír pescado). Con cariñosas razones convincentes pidió al joven músico, que aún llevaba el frac del concierto del día --cubriendo una camisa desaliñadamente abierta-- que interpretara alguna composición de Pablo Casals. Y Alvaro Fernández desenfundó el chelo y comenzó a tocar, como él lo hacía, divinamente, eso sí, contraviniendo todas las ordenanzas municipales sobre el silencio. Silencio que sí se impuso de manera espontánea y de inmediato en los oyentes. Tan celestial música saltó las lágrimas en los ojos de quienes escuchaban pasmados, e hizo que las palomas y pájaros de la torre de la iglesia se echaran a volar y a dibujar vuelos nupciales en la oscuridad. Rufino Segura encantado por tan mágicos momentos, describió lo que acabo de narrar a mi manera, en una carta al director de este diario.

No hace mucho, al enterarse Alvaro de que yo pretendía organizar algunos conciertos en la comisión de cultura del Círculo de la Amistad, en un encuentro de amigos músicos, me ofreció tocar el día que yo quisiera, sin cobrar un euro. Desgraciadamente no pude aceptar su generoso ofrecimiento porque me advirtieron que el Alvaro de hoy, que no ha dejado de ser la buena persona que siempre fue, no estaba bien. Ya llevaba varios años de baja como solista de la Orquesta de Córdoba, pues una concatenación de causas lo mantenía en perpetuo desequilibro. ¡Que lástima! Al hablar conmigo sudaba a chorros, sin que hiciera el más mínimo calor.

¿Qué fue de aquel chelista admirable del que Leo Brouwer dijo que si hubiera nacido y vivido en Viena o Berlín estaría entre los mejores chelistas del mundo?

Lo recuerdo como solista con nuestra orquesta en conciertos memorables.

Era tan buen músico, tan totalmente bañado por la gracia de la música, que el buen chelista era capaz de ser el mejor pianista posible en el grupo de jazz de su muy amigo el trombonista solista Rafa Martínez.

Muerto Alvaro hace unos días, en la frontera de los cuarenta años de edad, me he aplicado a husmear sus huellas, con un fracaso casi absoluto: en ninguna de las tiendas de música de la ciudad y en los grandes almacenes no hay una sola grabación suya. Ni en solitario ni con orquesta. En las oficinas de la orquesta me han dicho que posiblemente hay grabaciones suyas antiguas en cintas, pero que necesitan tiempo --el que yo no tengo por la impaciencia de escribir este artículo-- para localizarlas. Se han ofrecido a buscármelas; serán bienvenidas y agradecidas siempre.

Por Internet he sabido que hay un disco suyo que se titula Volviendo a nacer , del que se puede conocer un magnífico video hecho por el propio artista, que se titula Un sueño . Lo recomiendo: dura poco menos de cinco minutos, tiene una línea paralela de dibujos del propio Alvaro, y en él el chelo suena de maravilla: los agudos nos elevan a la cúspide y los sensuales ronroneos de los bajos nos tocan las fibras más profundas. ¡Que portento!

Hoy, post mortem, de cara a tan triste frustración, Córdoba tiene un reto: rastrear en busca de todas las grabaciones de Alvaro Fernández que haya: caseras propias, de amigos, de archivos... De clasificarlas, de ordenarlas, de restaurarlas con la mejor tecnología, de preparar una edición impecable para nuestro gozo y para la salvaguarda de la memoria de uno de los mejores intérpretes musicales que Córdoba ha dado en todos los tiempos, a la altura de un Rafael Orozco o un Vicente Amigo.

Emplazo, por el bien de la música cordobesa, a particulares e instituciones a que realicen la tarea. Doy por supuesto que nuestra Asociación de Amigos de la Orquesta, en la que inserto todo mi entusiasmo, afronte este empeño, en el que podemos y debemos empeñarnos todos los melómanos cordobeses.

En mis últimas indagaciones, hechas antes de firmar este artículo, tengo un afortunado tropiezo con Manuel Gutiérrez, que me informa de que tiene grabaciones inéditas de Alvaro: una brillante luz al final del túnel.

* Escritor y abogado