No es un alienígena ni ha llegado de otro planeta, es un muchacho de veintipocos años, tímido en el primer contacto, aunque luego se muestra cordial, afectuoso y hasta locuaz. Es una persona muy educada y respetuosa. Se llama Fernando Martín Fernández y es cordobés de pura cepa, aquí cursó sus primeros estudios y radica su domicilio familiar. Pero si hablo hoy con admiración de él es por su trayectoria universitaria; hace poco más de un año terminó la especialidad en la Escuela de Ingenieros de Telecomunicaciones de Sevilla y en su expediente académico aparecen 36 matrículas de honor. ¡Se dice pronto!

Ya trabaja, se colocó en Inglaterra al poco de finalizar la carrera y desde entonces reside en Londres, donde se le valora, se le quiere y se le admira. Habla de su actividad allí con verdadera pasión y esta entusiasmado con su trabajo. Es un ser verdaderamente vocacional. Lleva un año pródigo en galardones y reconocimientos universitarios, académicos e institucionales. Así, al Premio Extraordinario Fin de Carrera de la Universidad hispalense, debe añadirse el otorgado en mayo por la Real Maestranza de Caballería de Sevilla con motivo de la entrega de los premios universitarios de fin de carrera, en una emotiva y solemne ceremonia celebrada dentro del coso maestrante, con la asistencia del rector de aquella Universidad, consejeros de la Junta y el teniente hermano mayor, excusando la Casa Real la ausencia del Rey por compromisos ineludibles. En Madrid, el Colegio Oficial de Ingenieros de Telecomunicación de España, en la XXXVI edición Premios Ingenieros de Telecomunicación 2015, le hizo entrega del premio a la trayectoria académica.

Yo he tenido la suerte de compartir con los padres esos momentos tan especiales. Ambos son oriundos de Granada, la madre es Sensi Fernández, el padre Fernando Martín, que fue matador de toros, conocido por Sacromonte. Sensi y Fernando, personas sencillas y modestas, sentían el legítimo orgullo de ver cómo su hijo recibía esos reconocimientos, con los que además de su valía se premiaba su esfuerzo y trabajo. Y entre las adhesiones más entrañables, la de su padrino, Manuel Benítez, quien llevó a ese niño a la pila de las abluciones y que, ahora, se jacta de su buena mano para rociarle las aguas bautismales ¡Para que luego digan que El Cordobés no tiene arte! H

Alfónso Gómez

Córdoba