Hay tragedias que cuestan 10 millones de euros. La representación resulta cara aunque el público acuda a todas las representaciones, repetidas hasta el hartazgo y el vómito mental. 10 millones de euros, como presupuesto mínimo, siempre es mucha pasta. Es demasiada para una obra de teatro, para un decorado superpuesto sobre los lomos amplios y fatigados del Estado, que también somos nosotros. Sin embargo, hay quien ama tanto su papel dentro de la función que está dispuesto a fundir los cortinajes, el patio de butacas, la platea y los palcos. Porque hay protagonismos mesiánicos que se creen más importantes que la obra, que el libreto y la idea del autor, más bien colectivo, si se piensa, en este caso. Hay actores que alcanzan su momento estelar, por constancia o por suerte, incluso por la torva libertad del azar; pero mérito es, por un instante, aunque luego acaben convertidos en una podredumbre no ya de cartón piedra, que ojalá, sino de letrina incandescente, y se crean que son estrellas para la eternidad. Por supuesto, la obra y el teatro ya se han vuelto un pretexto: para este primer actor, metamorfoseado en divo ante el espejo, ni siquiera la autoría colectiva es necesaria, porque se ve a sí mismo con la autoridad divina que igual reescribe el texto de la historia que cambia el decorado, el asunto y el título. ¿Por qué? Porque la obra soy yo. Y lo es, aunque la obra sea un espanto.

El nunca suficientemente olvidado Carles Puigdemont, aún líder de Junts per Catalunya, asegura que la repetición de elecciones en Cataluña no sería «ninguna tragedia», aunque no sea «la prioridad». Lo ha afirmado en una entrevista para El Punt Avui, con su argumentación de autor, de estilo propio que de pronto se vuelve familiar en la escena: «Cuando el mecanismo de la ley prevé que pueda haber elecciones, no es ninguna tragedia». Claro que no. El mecanismo de la ley lo permite y lo prevé siempre que no quede otro remedio, sobre todo cuando acaban de celebrarse. La tragedia, siempre tragicomedia si hablamos de Puigdemont, montador y director de escena de sí mismo, es que solamente los partidos políticos, subvencionados por el Estado, se han gastado en las últimas elecciones 10 millones de euros. Diez millones. Pero esto no es una tragedia, qué va. Estrujemos las ubres del Estado hasta que salga la última gota de leche presupuestaria, destinemos todos nuestros recursos al sostenimiento de la obra, con Puigdemont como actor principal en diferido, por plasma o por plasta, aunque también haya ciertos visos de locura incompetente, de megalomanía que confunde la causa con su huida, que hace de una doctrina una biografía propia de escapada. Hombre, tragedia sí que es. Especialmente porque la obra es más mala y más cansina que la tos. Que la tos seca, que la tos que te atrofia los pulmones y te vuelve aguardentosa la respiración. Que la tos hosca. La tragedia es malísima y hay gañanes que están dispuestos a seguir gastando en ella 10 millones de euros para continuar saliendo a escena y saludando. Venga, militantes del catalanismo a ambos lados de Despeñaperros, a jalear ahora al independentismo. Y a pagar la entrada.

«Que quede claro que si vamos a elecciones será porque el Estado español no ha aceptado el resultado electoral del 21 de diciembre». No hombre, no. No lo has entendido. Pero a estas alturas creo que no lo entenderías ni con un profesor que cobrara la hora a 10 millones de euros. No es España, sino el Estado de Derecho. Porque estás prófugo. «Un juez no puede decidir quién es el presidente de la Generalitat. En una democracia, lo decide el Parlamento de Cataluña. ¿Qué se ha creído el señor Llarena?». Una democracia sin imperio de la ley no es nada. Es papel mojado. Como tu referéndum. Como tu Gobierno para una mitad de la población. Como tu independencia. Como tu procés sólo para una parte de tu gente. Como tu ignorancia de todas las garantías democráticas para quienes no piensan como tú, como vosotros. Toda esa gente. No es el señor Llarena. Ni siquiera es sólo la ley, sino algo más amplio: la propia democracia, que sin ley y sin guardianes de la ley estaría tan secuestrada como el parlamento catalán durante la DUI.

Y ahora otra cosita, Puigdemont, actor o director de método confuso en tu farsa caliente con mejillones sordos bruselenses. Si le acusas de estar «prevaricando», como has hecho, el juez Llarena debería denunciarte por delito de calumnia. Pero te la pela, porque según tú el Derecho no es algo que preocupe a los tramoyistas.

* Escritor