No solo de ocuparse de energías renovables o agricultura ecológica vive el trabajo verde. No todo se reduce a producir sin contaminar, no malgastar, limpiar y respetar el medio físico, sino que hay que tener en cuenta también en qué condiciones se desarrolla, no solo sanitarias, sino desde la perspectiva del respeto a las personas y sus derechos. ¿O es que los seres humanos no formamos también parte del medio ambiente? Solemos hablar del cuidado de la creación entonces pues no nos excluyamos de ese cuidado. Este camino conduce, entre otros destinos, a preguntarnos qué entendemos por trabajo. ¿Consiste solo en que se reciba dinero a cambio? ¿No supone tal definición una rastrera mercantilización? ¿No sería más apropiado poner en el centro la sostenibilidad de la vida? Hay que cuestionar la capacidad del mercado para definir lo que es el trabajo, cómo debe ser tratado, qué valoración merece. ¿Qué significa poner en el centro la sostenibilidad de la vida? Por ejemplo, no caer en ese espejismo del necio, que confunde valor con precio, en palabras de Antonio Machado. Es lo que podemos llamar estrabismo productivista, que reduce toda dimensión de la vida, toda relación social y todo proceso económico a la relación salarial, dejando fuera trabajos tan fundamentales para la vida como los que pertenecen al amplio, y muy ampliable, terreno de los cuidados. Por tanto qué se considera trabajo y qué no está estrechamente relacionado con la división sexual del mismo.

La división sexual del trabajo de la modernidad se ha convertido en el secreto de la productividad capitalista, es decir, conseguir que la mitad de la humanidad haya trabajado de forma invisible y desvalorizada mientras la otra mitad lo hace asalariadamente y con dedicación completa, es decir, usurpando todo su tiempo de vida. El truco del almendruco es poco misterioso: es el trabajo invisibilizado de las mujeres. Su producto estrella es ese varón que cada mañana aparece en su trabajo vestido, comido, descansado y cuidado, sin que haya tenido que arañar tiempo, otra lo hace por él, para comprar, lavar, cocinar y, en general, hacerse cargo de las tareas que posibilitan que la vida siga. A esto nos referimos cuando hablamos del trabajo invisibilizado de las mujeres. Invisibilizado, que no invisible; no se ve porque no se mira. ¿Han observado que cuando se habla de conciliación suele ser en un contexto de trabajo asalariado de las mujeres? ¿Esas otras tareas no son trabajo? Habrá que devolver a las cosas su nombre. Nombrar es revolucionario cuando las palabras ya no coinciden con las cosas; no es un acto voluntarista, sino un compromiso con la realidad existente, un trabajo a favor de la vida, superación del empleo. Más invisibilizado se hace este trabajo en los discursos políticos, sindicales o incluso en los movimientos feministas, que ha de ser reconocido y que precisa de dignidad, de valoración y de preocupación ecológica laboral.

* Licenciado en Ciencias Religiosas