Desde el torreón del cine Fuenseca, sobre todo en verano, contemplas una Córdoba, afortunadamente todavía no turística, que se sostiene en el arte del cine, el toreo, la pintura, la música, la arquitectura, el cante jondo, el baile, la esencia de las tabernas y la religiosidad popular. Por aquí venía Julio Romero de Torres, estuvieron los Carbonell antes de mudarse al palacio del Duque de Rivas, hoy Vimcorsa, y ahora, nuestro mejor torero, Manolete, en el centenario de su nacimiento, es el motivo de la exposición El cine y los toros que se abrió aquí el pasado martes con carteles de Martín Cañuelo, el autor de los milagros de los cines de las noches de verano. Todo este mundo de pantallas al fresco estuvo a punto de sufrir, primero, los espasmos del capitalismo avaro y luego los de la crisis de sueldos sin sentido. Pero hubo alguien, Martín Cañuelo, educado en la fantasía de las películas, que se empeñó en que la magia que les añadían los cines de verano no desapareciese. Por eso Córdoba añade a sus bellezas de Patrimonio de la Humanidad esta costumbre casi familiar, con origen en las películas del Oeste, que comenzó en 1935 con la inauguración del Coliseo San Andrés, y siguió con la apertura del Delicias, en 1943, del Fuenseca, en 1945, y del Olimpia, en 1947, espacios desde donde se contemplan las torres iluminadas de San Agustín o Santa Marina. La permanencia de estos aforos de las calurosas noches de verano de aquí --en su día hubo más de veinte-- deben suponer un regocijo para la filosofía cordobesa que sostiene parte de su historia en las tradiciones. Una satisfacción que se visibilizó el pasado martes en la Casa del Torreón del cine Fuenseca, el corazón de este empeño cinematográfico recuperado por Esplendor Cinemas, que ha conseguido el milagro de que la plaza del mismo nombre mantenga su belleza original, la que inspiraba a Julio Romero. Y que Manolete --del que dejó dicho Jaén Morente que «en aquellos tiempos, de odios y recelos, él fue el mejor embajador que tuvo España en Hispanoamérica. Él nos dignificó a todos»-- ha puesto de moda con la exposición El cine y los toros. Casi al comienzo de la calle Juan Rufo, por donde la muralla dividía la ciudad entre Medina y Axerquía y el pueblo bajaba para sus patios. Y se paraba en tabernas como la Fuenseca --de cante jondo y baile--, se asomaba por Rejas de Don Gome a ver el palacio de Viana, tomaba un medio en el Rincón de las Beatillas y culminaba el paseo, que empezaba en Juan Rufo al dejar Alfaros, en la plaza de San Agustín, una iglesia de pinturas, arquitecturas y músicas de sabia y culta religiosidad popular. Espacios por donde Córdoba se va a soñar todavía en los cines de verano.