Me gustaría hacer algunas reflexiones sobre un animal único y de tanta belleza como es el toro bravo, cuya existencia no sería posible si no fuera por las corridas de toros y cuyo mundo y entorno es necesario conocer para poder defenderlo y huir del amarillismo y de las interpretaciones sesgadas sobre la tauromaquia (la postura de taurinos y antitaurinos es igual de respetable ya que ambos defienden al toro, aunque desde diferentes planteamientos).

Soy aficionado taurino. Me resulta admirable que un ser humano pueda ponerse delante de un animal tan poderoso. En contra de lo que muchas personas piensan, el tercio de varas no pretende «desigualar» la lucha entre toro y torero (aunque lógicamente se resta poder al toro, este puede llegar a herir e incluso quitar la vida al torero durante la faena de muleta), sino que su objetivo es el de descubrir las condiciones de bravura del animal y corregir su comportamiento y temperamento para que después el torero, haciendo uso de su inteligencia, técnica y valor, conduzca y domine su embestida desordenada para construir una faena que, si está bien hecha y estructurada, llega a convertirse en una «obra de arte» que causa emoción. No obstante, mi afición no impide plantearme (y no creo que sea malo reconocerlo) que el toro puede sufrir durante la lidia. Quizá no sea correcto utilizar el término de tortura ya que, como afirmaba el periodista taurino Enrique Romero en un programa de Canal Sur Televisión, el toro no huye nunca, ni siquiera a campo abierto (las corridas de toros tienen su razón de ser en la acometividad del toro y no tendría sentido enfrentarse a un animal que huye porque se siente dolido e indefenso).

Es posible llegar a cuestionarse si el toro, por su bravura y su genética natural de ataque, «ignora» la sensación de dolor. Pero como animal mamífero y, por tanto, con un sistema nervioso evolucionado, es lógico pensar que debe sufrir ante un daño físico, aunque sea en menor proporción que un ser humano, según los estudios del Dr. Illera del Portal, quien afirma que «el toro disminuye la percepción de dolor con un mecanismo especial». Sin embargo, en una entrevista a este veterinario publicada con fecha 20-03-2007 en el Diario CÓRDOBA, a la pregunta de «Por tanto, decir que el toro no sufre dolor en una corrida, es mucho decir, ¿no?», el Sr. Illera del Portal respondió: «Desde luego yo no puedo asegurar que el toro no sufra, y por una razón: como fisiólogo sí que tengo mecanismos para poder medir el estrés y el dolor, pero para el sufrimiento no tengo ningún mecanismo».

A pesar de ello, sería interesante poder preguntarle a un toro si prefiere vivir en libertad en el campo durante toda su vida y terminar muriendo en el ruedo o, por el contrario, hacerlo en las condiciones en que se crían los animales que se sacrifican en los mataderos en España destinados a la alimentación humana. Por cierto, a las personas que se preguntan por qué no se hace como en Portugal, donde no se da muerte al toro en las corridas, es necesario aclarar que el toro muere días después en el matadero.

Para terminar, he de confesar que después de leer el libro 50 razones para defender las corridas de toros del escritor Francis Wolff, las cincuenta me han parecido igual de convincentes, aunque también considero que el sufrimiento animal es razón suficiente para invitar a la reflexión, aunque no soy partidario de su prohibición sino que debe ser la propia sociedad quien con su posicionamiento determine su continuidad o decadencia.

* Aficionado taurino