Este país de nuestros pecados no deja de sorprendernos. El desvelo por el mantenimiento de la ya casi desmantelada sanidad pública ha llevado a UPyD --otro que vive entre el escaño y las cámaras y los micrófonos, o sea en su mundo-- a pedir explicaciones, responsabilidades y, por poco, hasta comisiones de investigación parlamentarias o intergalácticas por el asunto de quién paga la desebolización del misionero y de si había que traérselo a desebolizarlo aquí o mandar una unidad hospitalaria enterita a desebolizarlo allí a él solo o en compañía de otros. Pavor, sonrojo ante tanto despropósito, palo de ciego, elefante en cacharrería mediática y todo eso que alguno de la casta política cree que le va a dar votos si lo plantea en sede parlamentaria o en rueda de prensa con el interviniente moreno o morena hasta la raíz del pelo, y no precisamente de un moreno de verde luna lorquiano. Podríamos decir que son unos demagogos, pero ya cansa; no, están directamente tontos. Los hubo que cuando fuimos capaces de montar una sanidad pública envidiable --lo único bueno que hemos sido capaces de hacer-- le añadieron al invento lo de universal, creyendo que universal era para que cualquiera de cualquier parte del universo viniera aquí a cambiarse de sexo, hacerse las tetas, recibir tratamientos carísimos que usted y yo les pagábamos, reconstruirle lo que fuese y etcétera, aunque el paciente viniese de oriente como los Reyes Magos, del sur que también existe, o del rico norte de los ricos jubilados. Universal del universo, pero no para tratar a un misionero español en casa.

* Profesor