Hay dos apóstoles que son especialmente conocidos. Eran hermanos: Juan el evangelista, y Santiago el mayor. Juan es muy conocido porque escribió el cuarto evangelio. Santiago es también muy conocido porque es el patrón de España. Ambos hermanos debían ser bastante intolerantes en sus planteamientos. En cierta ocasión en que todo el grupo viajaba hacia Jerusalén, quisieron hacer escala y fonda en un pueblo samaritano. Pero los samaritanos no se llevaban bien con los judíos, y no quisieron alojarlos, porque iban a Jerusalén. Samaritanos y judíos estaban distanciados por diferencias religiosas. Según los judíos el auténtico templo de Dios estaba en Jerusalén. Los samaritanos por el contrario opinaban que no, que el templo auténtico estaba en el monte Grarizim, en la propia Samaria. Ni unos ni otros llegaban a comprender que Dios no está aquí o allí, sino en cualquier parte donde hay gente de buen corazón. Como le diría Jesús a una mujer samaritana de vida dudosa, Dios no está vinculado a ningún edificio de piedra o cemento, por elegante y artístico que sea. A Dios se le encuentra en el espíritu y con buen corazón.

De todas formas Santiago y Juan consideraron la negativa de los samaritanos a darles hospedaje en su camino hacia Jerusalén como una afrenta personal, y reaccionaron en consecuencia: "Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?" (Lc 9 14). Pusieron la semilla de las futuras guerras de religión entre cristianos y musulmanes, entre católicos y protestantes, de las persecuciones contra los judíos, y de la Inquisición misma.

Esta intolerancia tuvo otras manifestaciones. En cierta ocasión, Juan vio algo que no era de su agrado, y dijo a Jesús: "Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros" (Mr 9 38). A su juicio estaba practicando una competencia desleal. Estaba utilizando el nombre de Jesús, sin pertenecer al grupo. La respuesta de Jesús fue bastante más tolerante, que las pretensiones de Juan: "El que no está contra nosotros, está a favor nuestro".

Parece ser que para Jesús lo importante no era estar o no estar en el grupo, sino perseguir los mismos objetivos del grupo o no. Si se hacía esto último, si se tenían los mismos objetivos, al final se encontrarían todos, aunque el camino hubiera sido distinto. ¿No llegó a decir algo tan chocante como que "los publicanos y las prostitutas llegan antes que vosotros al Reino de Dios" (Mt 21 31). Y esto se lo dijo nada menos que a los sacerdotes del templo.

En otro ámbito distinto llama la atención el discurso que es frecuente entre los líderes de los partidos políticos. Da la impresión, a quien observa el juego desde fuera, que no están discutiendo la oportunidad o importunidad de tomar una decisión, sino impidiendo que otro partido se apunte un tanto a su favor. Se piensa más en quién va a hacer las cosas, quién va a asumir el protagonismo, que en que las cosas se hagan.

Y esto también ocurre en la Iglesia Católica. Los valores y objetivos éticos propugnados por el cristianismo no son exclusivos del cristianismo, ni siquiera descubiertos por el cristianismo. Valores como la justicia, la generosidad, la lealtad, la entrega a los otros, el respeto por la vida humana, el cultivo de ideales superiores, el dominio de las propias pasiones, la misericordia y la paz; todos estos valores que constituyen el contenido del mensaje de Jesús no fueron descubiertos por primera vez por Jesús, sino que él optó por esos valores en lugar de por sus contrarios. Antes y después de la predicación de Jesús, personas que no pertenecen a la Iglesia han optado también por esos valores. Posiblemente se declaran ateos, agnósticos o anticlericales, pero su ética y su comportamiento social se ajusta a la misma jerarquía de valores que el cristianismo. Digamos que no pertenecen al "grupo", pero tienen objetivos análogos.

Dios, tal como Jesús hablaba de El, une a todos los hombres, de cualquier raza, nacionalidad o cultura. Las religiones los separan. Unos a Jerusalén, otros a Garizim, pero no todos juntos. Pensamos que la mezcla nos puede contaminar, y enturbiar la pureza de nuestra propia religión. Jesús pensaba de otra manera cuando dijo que lo que Dios aprecia es cuidar a los enfermos, atender a los necesitados y excluidos. Aunque no se hiciera a partir de una creencia religiosa. Lo que Dios aprecia es que se haga el bien, no la pertenencia a un grupo.

* Profesor jesuita