Tras el atentado de la semana pasada en Manchester, al igual que cuando fueron los de París, Niza u otros en suelo europeo, todos los medios de comunicación se hicieron eco casi de forma permanente, incluso con programaciones especiales del luctuoso hecho. Dos días después conocíamos los nombres, las caras y hasta a las familias de las personas asesinadas, sobre todo de las más jóvenes.

Ese mismo miércoles y durante el mismo telediario que dedicó un extensísimo tiempo al atentado, durante apenas 30 segundos informaron de que al menos 30 personas habían «muerto» al naufragar una barcaza en el Mediterráneo y puntualizaron que muchos eran «menores».

Sabemos que son miles los que ya se han ahogado a las puertas de Europa, sabemos que son cientos las personas que mueren a diario en atentados en otros países o en guerras como la de Siria y la de Yemen --asesinados por el armamento que España y Europa vende a los saudíes--. Sabemos que millones de personas viven en permanente desnutrición y muchos miles mueren a diario --la mayoría niños y niñas menores de 5 años-- por problemas asociados a la pobreza. Pero estas personas no merecen ni un minuto, ni una foto, ni un nombre en nuestros medios de comunicación. Los que huyen de guerras, hambrunas, persecuciones y mueren a nuestras puertas, puertas criminalmente cerradas por políticas y leyes inhumanas, solo son números. Parece como si no tuvieran familias que los lloren o los añoren, los niños y niñas solo son menores sin rostro ni historia. Que hipocresía, que pena, que hasta en la muerte haya personas de primera y de segunda y que estas últimas no merezcan nunca un titular, ni un minuto de silencio, ni una lágrima de nadie.

<b>Ana María Rueda Alegre</b>

Majaneque (Córdoba)