En la prolongada turbulencia política del momento, resulta llamativo cómo las más enfrentadas posiciones ideológicas de la política coinciden en su interés por mostrarse como el único e indiscutible representante de la gente. Todos y cada uno de los políticos relevantes, y no tan relevantes, afirman machaconamente en sus discursos militar en el partido de la gente normal, de la gente sencilla, de la gente indignada, de la gente de la calle, de la gente de a pie, el que defiende a la gente, o en el que la gente se reconoce. Me gustaría saber qué es exactamente lo que entienden por gente y qué significa para ellos normal, sencilla, indignada o de la calle. ¿Todos somos gente, o existe un máximo o un mínimo de nivel económico, o de formación, o de educación, o de edad, o de indignación, o una ideología política concreta, o cualquier otra condición para serlo? Si los votantes de un partido concreto es la gente ¿qué son el resto de votantes? Imagino que gente también. Y es que, apropiaciones intencionadas aparte y observando lo variopinto de los distintos sujetos a los que se dirigen en su concepción definitoria, parece ser que gente es cualquiera en general y nadie en particular. Ser gente en una referencia concreta obedece más a circunstancia puntual que a condición personal tal y como concluía la antropología filosófica de José Ortega y Gasset, «Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo». Según esto, podríamos decir que gente es un conjunto de individuos que en un momento concreto coinciden en ciertas circunstancias más o menos análogas y que, por tanto, no se puede hablar de gente como un colectivo general sino de tantas gentes como diferentes circunstancias puedan agrupar a sujetos individuales en un momento dado, cosa que sería un imposible. Da la impresión de que ese uso machacón del vocablo gente por parte de los políticos oculta una intención uniformadora de la sociedad, una negación de la diversidad indiscutible de los individuos que la componen, un no reconocimiento a la variabilidad de sus circunstancias, y un intento de anular sus protestas y reivindicaciones diluyéndolos en un ente global absolutamente impersonal. Un ente imposible de definir pero que nos quieren transmitir como falsa analogía de sociedad al ser conscientes de que a esta no se la pueden apropiar en su totalidad. Los políticos saben que sociedad implica diversidad, y eso es difícil de satisfacer de una forma general con sus propuestas, por eso prefieren usar la palabra gente haciéndonos creer de forma soslayada que se trata del mismo término que sociedad. Les debe resultar una cómoda solución, porque ante semejante destinatario de sus políticas, alguien que no es nadie y puede ser cualquiera, cualquier discurso les vale. Si un político dijese pertenecer al partido en el que la sociedad se reconoce muchos se alzarían de manos, pero dicen gente en lugar de sociedad y ya no pasa nada. Esta manipulación tiene además un resultado fidelizador añadido, llamando gente a sus seguidores establecen una especie de complicidad de alusiones, algo así como que «aunque yo diga gente ya sabes tú que estoy pensando en ti, no en los otros», así camuflan esa máxima de prometer un gobierno para «todos» pero al referirse a la gente se están refiriendo sólo a la parte de la sociedad en la que tienen posibilidades de voto. No nos dejemos engañar que como demócratas ya tenemos algún que otro recorrido, espero que la Fiesta Nacional, la de todos los españoles, vuelva un año más a ejercer ese efecto aglutinador sobre una sociedad que tanto se empeña en segregar cierta gente.

* Antropólogo