"Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo". Así veía Karl Marx el ascenso de la ideología de extrema izquierda a mediados del siglo XIX. A los herederos del pensador alemán, Pablo Iglesias y sus correligionarios de Podemos, les gustaría que de nuevo se levantase ese espectro proletario. Pero como también decía Marx, los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen dos veces. La lástima para el político español es que la primera vez como tragedia y la siguiente como farsa. A partir de Marx se erigieron varios sistemas totalitarios comunistas que mataron a millones de burgueses y liberales, capitalistas y socialdemócratas, reaccionarios y decadentes formalistas. Con Pablo Iglesias no llegaríamos a tanta tragedia, sin duda, aunque la farsa podría dar lugar a grandes momentos hilarantes, con la plana mayor de Podemos uniformados de chándal bolivariano.

En lugar del comunismo, la ideología que recorre España es el "ciudadanismo". Tanto en el PP como en el PSOE, dentro de los partidos instalados y parasitarios del "Sistema", como en Podemos, el sosias extremista de eso que se ha venido en denominar la "Casta", han saltado las alarmas porque existe un partido que es una alternativa a los poderes fácticos establecidos en la partitocracia actual (es decir, el establecido turno de partidos entre el PP y el PSOE) sin caer por ello en el tremendismo pseudo-revolucionario de los discípulos postmodernos de Che Guevara, Mao, Lenin, Ho Chi Min y, sobre todo, Hugo Chávez.

Esta alternativa es la de Albert Rivera y sus Ciudadanos, un movimiento de gente ilustrada que lee a Steven Pinker en lugar de a Slavoj Zizek, ha fichado a los economistas Luis Garicano y Manuel Conthe para alejarse del intervencionismo y el paternalismo estatal tanto del PP como de Podemos, primando la responsabilidad y el esfuerzo individual. Como sostenía Conthe en un artículo en Expansión.

"Debemos encontrar con urgencia un relato socialmente persuasivo que sustituya la retórica populista del 'no a los recortes de derechos sociales' y de la 'defensa del Estado del bienestar' por el culto al espíritu de empresa (...) el bienestar de un país no puede descansar en las intenciones benevolentes de los políticos o los derechos adquiridos de sus ciudadanos, sino en la prosperidad y competitividad de sus empresas".

Además, propone una reforma de la Constitución pero teniendo en cuenta que la Carta Magna no es el problema sino la solución, por lo que debe ser liberada de los lastres nacionalistas que han emponzoñado la vida de los españoles durante los últimos cuarenta años, mejorando así el modelo de convivencia para que primen los derechos de los ciudadanos sobre las imposiciones de los territorios y los privilegios de las lenguas.

Sobre todo, en el pantano de la depravación moral institucional en la que chapoteamos, Albert Rivera se ha comprometido con una tolerancia cero con la corrupción política, negando la posibilidad de que haya imputados "políticos" entre sus cargos.

Del mismo modo que Albert Rivera es la principal puesta en valor de Ciudadanos --a través de un liderazgo muy al estilo Kennedy, en el que el glamour y la retórica se combinan con la capacidad de rodearse de los mejores y más preparados-- también podría ser su principal desventaja. Como muestra el caso de Rosa Díez con UPyD --o antes el CDS de Adolfo Suárez-- cuando un partido juega a la indefinición ideológica para situarse en el centro electoral, donde atraer transversalmente el mayor número de votantes, y lo fía todo al tirón de su líder puede desaparecer al primer envite.

Pero con Albert Rivera subrayando el fuerte contenido social incorporado al programa económico liberal diseñado por Conthe y Garicano, Ciudadanos puede convertirse en el árbitro del destino de España en la decisiva década de regeneración que nos aguarda, estimulando la catarsis moral y la innovación ideológica por la que deben pasar tanto el PP de Bárcenas como el PSOE de Chaves y Griñán y alejándonos de la tentación tercermundista del Podemos de Monedero y Errejón.

* Profesor de Filosofía