Cuando escribo estas líneas aún no se conoce el resultado del referéndum en Escocia. No sé si hoy ya es un estado independiente o sigue formando parte del Reino Unido. Pero no deja de sorprenderme este afán independentista que se ha despertado en algunos territorios, en este mundo tan globalizado.

Los nacionalismos siempre me parecieron conservadores y simplistas. Porque nacer aquí o allí, tener estas o aquellas costumbres, esta lengua, aquella religión, no deja de ser mera cuestión de azar. Los andaluces adoramos nuestro clima, nuestras costumbres, nuestra forma de ser. Pero ¿las adoraríamos igual si hubiéramos nacido en Navarra? Posiblemente no. Valoramos el lugar en el que crecimos porque nos resulta familiar no porque sea el mejor del mundo. Y considerarlo el mejor del mundo no deja de ser una muestra de ignorancia y chovinismo.

Los seres humanos somos solo eso, personas. Da igual el color de nuestra piel, la lengua en la que nos expresemos, el dios al que recemos o dejemos de rezar. Todos somos ciudadanos del mundo y deberíamos preocuparnos por cuidar el planeta Tierra, que es nuestro hogar, nuestra verdadera patria. Y luchar porque todas las personas que habitan en esta bola rodante vivan dignamente.

Lo demás, crear diferencias basándose en una historia que es muy fácil de manipular o sentirse superior a los demás por haber crecido hablando español o catalán o lituano, me parece absurdo, con todo respeto. Es mucho más lo que nos une a todos que lo que nos separa. Si queremos.