Seguro que a usted también le pasa alguna vez: dejar la televisión en un canal, como si de una música de fondo se tratase, mientras que se está ocupando de otra cosa, tardando un tiempo en ser consciente del programa que está en pantalla.

Digo esto porque el pasado lunes no entraba en mis cálculos encontrarme viendo, a estas alturas, una película de Paco Martínez Soria. Lo curioso es que, más allá de la comedia y del mérito que hay que reconocerle al propio cómico, dos detalles de los diálogos y del guión me dejaron cavilando. Y después un tercero, y un cuarto, y un quinto... Total, que terminé de verla con una sonrisa en la boca y sintiendo que varias cosas me reconcomían por dentro.

Se trataba de la película Estoy hecho un chaval, que me sonaba haberla visto en su día. Pero nunca como en esta ocasión me había llamado la atención los problemas a los que se enfrenta el protagonista en el filme por su tremendísima actualidad. Una persona mayor a la que la jubilación a los 65 años se le aplica casi como un despido (les va sonando), al que descontados todos los pluses que cobraba en su nómina se queda con una pensión ridícula (otra coincidencia), que va a ser padre pese a su edad (algo poquísimo frecuente antes pero que ahora camina a ser la norma), que lucha por encontrar un trabajo que no se le concede por su edad, pese a los méritos y valía demostrada. Una película que también critica el clasismo del que la mujer es la principal víctima o el arribismo de algunos jóvenes con padrino en los que el mérito y la capacidad parece algo secundario.

Y todo ello con un final como para pensar más aún: el buen hombre acaba emigrando a Alemania con la familia tras despotricar del mercado laboral español y sus vicios y para trabajar allí en un negocio que nada tiene que ver con su cualificación, pero en el que es más feliz que unas pascuas. Mire usted, tantas coincidencias veía que andaba escamado y tuve que consultar en san Google cual era el año de aquella película. Y el resultado ya sí que me dejó preocupado: 1976. ¡Hace 42 años!… Antes de la Constitución de 1978, de la entrada en Europa en 1985, de 40 años de gobiernos democráticos, de la revolución digital y de las comunicaciones, de…

Y claro, no queda más remedio que hacerse incómodas preguntas. ¿Tan poco ha cambiado la realidad cotidiana del españolito medio en cuatro décadas? ¿Hemos ido avanzando y ahora estamos de vuelta? ¿O es que ni siquiera nos hemos movido social y laboralmente de donde estábamos? Porque el 90% de los problemas del protagonista de aquella película (que como era norma común en ese tipo de comedias no hablaba expresamente de política aunque todo era política pura) se puede aplicar uno a uno a cualquier hijo de vecino de hoy en día.

Solo le faltaba a Paco Martínez Soria para hacer creíble su comedia en un contexto actual tener un móvil en la mano. Pero coincidirán conmigo en que eso, lo de estar pegados hoy a un teléfono celular, no es el cambio social y laboral que se soñaba hace cuatro décadas (y que aún hoy esperan millones de españoles) ni en ese avance tienen ningún mérito los 40 años de democracia.