Córdoba ha sido el segundo destino más solicitado por los españoles durante esta Semana Santa, por delante de Sevilla, Lisboa, Oporto, Barcelona y Madrid, París y Londres. A pesar del mal tiempo inicial, que es un agente del radicalismo que nos rodea, y que estaba previsto, la Semana Santa es uno de los focos de atracción y de generación de riqueza más indiscutibles en una tierra a la que le hacen falta las divisas más que a nadie. El tiempo --no el implacable, el que pasó, de Pablo Milanés, sino el prosaico tiempo meteorológico--, agente de la internacional aguafiestas que casi todos los años pretende aguar esta fiesta de la primavera y de lo más hondo que posee el ser humano como son la compasión, la pasión, el perdón, el amor y el sentimiento, suele ser un quintacolumnista que surge del frío ex soviético para intentar meter la pata y para colgar un NO en el balcón que nadie le ha pedido. No hay nada tan gratificante como asistir al espectáculo de su derrota, la del tiempo y la de la cejijuntez que no ve más allá del incienso y las imágenes, la del odio antojeril ensoberbecido que es capaz de denostar y combatir lo que es no solo alimento del alma de muchos sino alimento económico de muchísimos más, un icono en el que nos reconocen y nos reconocemos en el mundo. Sí, es una delicia asistir, una y otra vez, a la derrota de quienes enarbolan año tras año su tonto intento de remover lo inamovible; y asistir al espectáculo que tanta frustración y, como consecuencia, tanta melancolía les causa. Seguirán insistiendo, pero el pueblo continuará con su fiesta y su emoción, porque quiere. Y punto.

* Profesor