La Navidad abarca desde el 13 de diciembre hasta la celebración de la Epifanía del Señor. Hoy, sin embargo, como fiesta polisémica se ajusta a lo que marca la sociedad de consumo. El 25 de diciembre se celebra el nacimiento de Jesús de Nazaret, explicado por algunos por la teoría solsticial, si bien la fecha no coincide con el mismo solsticio, que es el día 21, y por otros como una supervivencia de las Saturnales romanas. La fiesta más asociada con la Natividad del Señor tenía lugar el día 19 de ese mes, cuando se honraba a Saturno. Durante una semana los romanos organizaban fiestas y banquetes; de ahí que muchos vieran en las festividades navideñas una supervivencia de cuanto significaran para el Imperio aquellos festejos, lo que a mi parecer carece de base, dado lo complejo de aquellas celebraciones en honor del dios de la Agricultura. Aunque, al menos, lo que si deberíamos tener presente sobre la Navidad es que fue a Roma a quien le debemos su fijación como festividad, al hacerla coincidir con el Dies Natalis Solis Invicti del culto mitraico, extendido por Occidente a través de las legiones romanas que prestaron sus servicios en Oriente, donde siguió celebrándose la conmemoración el día 6 de enero. De hecho, al no ponerse de acuerdo los Padres de la Iglesia en la fecha del nacimiento de Jesús, no fue reconocida como fiesta hasta que, por influencia de Juan Crisóstomo y Gregorio Nacianceno, el Papa Libero la fijara a fines del siglo IV, si bien hay quien mantiene que no fue él quien lo hizo, sino el Pontífice Julio I. La festividad se afianzó por algunos determinantes del momento, impuestos por las ventajas que suponía su coincidencia, en dicho día 25, con la de un mito ctónico solar, de gran difusión en el Imperio Romano, tal y como era el nacimiento de Mitra. Agustín de Hipona llegó incluso a comparar a Cristo, Sol de Justicia, con el Sol Invictus de aquella otra religión, cuya influencia abarcó desde Capadocia hasta la hispana Emérita Augusta.

Por otra parte, no parece probable que el nacimiento de Jesús se ajuste a las fechas en que se conmemora la Natividad. Pero, ¿qué más nos da saber si nació en diciembre, enero, abril o septiembre? Lo importante es saber que el hecho existió, y que son numerosos los signos que se hicieron coincidir con los de otras creencias, por ejemplo su propio parto en un pesebre acompañado de una mula y un buey, lo que le asemeja al alumbramiento del dios egipcio Horus, de quien se afirma que nació ese mismo día rodeado de paja y con un nimbo de luz sobre la testa; o con el dios Mitra, llegado al mundo, al igual que Cristo o Krishna, en una cueva y de una madre virgen, siendo adorado el primero de ellos por magos y pastores, mientras que el segundo lo sería por una vaca. Su padre también fue adoptivo y, lo mismo que Jesús, expulsó a los demonios, movió montañas y nació para ser rey. Murió en un árbol, bajó a los infiernos, para ascender al tercer día a los cielos. Al final de las eras, otra vez volverá en un caballo blanco para salvar a la humanidad, igual que se nos dice de Cristo en el Apocalipsis. Y lo mismo que acaeció con Mitra, al que trajeron regalos de oro y esencias en el momento más íntimo de su nacimiento. Tal vez, por ello, fuera la creencia más perseguida por el cristianismo oficial de su época, hasta el punto de que no quedara nada de aquella religión que tanto éxito tuviera 600 años antes de que naciera Jesús. Todo un cúmulo de coincidencias que, por otra parte, deberían hacernos reflexionar sobre el origen de la festividad navideña en relación con otras religiones, las cuales nos señalan la estrecha convivencia que con ellas mantuvo el cristianismo primitivo, especialmente con los cultos védicos y con los de Mitra, que llegaron a ser los más extendidos del Imperio Romano. Sobre sus cenizas renacería el cristianismo, cuyos primeros componentes ni tan siquiera celebraban la Navidad, por conmemorarse solamente la fiesta de la Epifanía, cuando los Magos visitaron al Niño. Algunos aún la consideran con mayor relevancia que la Natividad, por ser en ella cuando el recién nacido se da a conocer al mundo. Y al no saberse la fecha exacta del nacimiento de Cristo, su festividad se fecharía en el mes de diciembre, para hacerla coincidir con la de otros dioses paganos. Así, la Iglesia continuaría con su política de asimilación de cuantos ritos existieran.

Cuando llega la Navidad, me vienen al recuerdo las preguntas que en su época se hiciera el beato padre Cristóbal de Santa Catalina: ¿Quién es? ¿De dónde viene? ¿A qué viene? y ¿Por qué viene?, las mismas que a los creyentes deberían hacernos reflexionar para dar respuesta a sus interrogantes. Lo importante, a mi entender, es saber que Jesús fue encarnado en un hombre del pueblo, y que luchó por los más desfavorecidos de su tiempo. En un mundo cruel, hoy nace como un excluido más, que fue y es todavía.

* Catedrático