Nuestra vida es esencialmente una experiencia de existencia temporal. No es la vida como tal lo que experimentamos, sino la vida en el tiempo. No se puede pensar en el presente sin que ya sea el pasado. La vida como un movimiento hacia delante, una tendencia hacia... Se tiene el sentimiento de vivir, en tanto se tiene algo que aportar.

En la sociedad de las prisas, uno de los riesgos de las personas mayores es el de ser devorados por el tiempo. ¡Qué largos son los días, y qué rápidos pasan los años! decía un viejo. Y es que el tiempo tiene por lo menos dos dimensiones: el "kronos", ligado a las agujas del reloj y a las hojas del calendario. Es sucesión, es rutina, pasar, deterioro, decadencia. Desde ahí, la vejez ofrece muy pocas perspectivas. Pero también es "kairós", un modo de vivirse a sí mismo en el tiempo, en la adversidad y en la dicha. Es posesión y apropiación, intensidad y disfrute del momento, espera paciente, sufrida.

Durante la juventud, el tiempo es algo que no tiene límites, uno se maneja con el "algún día", como si fuera algo eterno. En la vejez tomamos conciencia del tiempo nuestro que es finito, acotado y tiene fin. Se hace balance vital, se mira para atrás, se mira para adentro, para tratar de reconocernos. Aparece la vivencia perdida, que marca profundamente el proceso de envejecer. Se siente que ya no se tiene algo significativo, real o no. Un ser querido, un objeto importante, una actividad relevante, un rol (laboral o familiar), el cuerpo joven, habilidades, disminución de algunas funciones sensoriales, un accidente, una mudanza, la salida del hogar de los hijos, etc. Una crisis de identidad que produce inquietud, angustia, desconcierto, aparece el aguijón de la soledad, el aburrimiento, la rutina, la temida depresión.

Paulatinamente se produce una necesaria inversión, entrando, sin darnos a penas cuenta en otra dimensión, sin dejar por eso de vivir el presente que nos corresponda, con toda su intensidad y grandeza. Alguien dijo que el hecho de que tengamos que morir no es un motivo válido que nos impida vivir. No tengamos la mirada fija en el final. No empañemos nuestra existencia con lágrimas. Disfrutemos cada etapa que nos toca vivir. A cualquier edad es posible morir. La diferencia estriba en que la mayoría de las pérdidas se acumulan en las últimas décadas de la vida.

En la vejez se torna relevante el pensamiento reflexivo con el que se contempla y revisa el pasado vivido. Quien no pueda aceptar su finitud ante la muerte o se sienta frustrado o arrepentido del curso que ha tomado su vida, será invadido por la desesperación que expresa el sentimiento de que el tiempo es breve, demasiado breve para intentar comenzar otra vida y buscar otras vías hacia la integridad. Se hace un resumen de lo que se ha vivido hasta el momento, y se logra felicitarse por la vida que ha conseguido, aun reconociendo ciertos fracasos y errores.

La vejez constituye la aceptación del ciclo vital único y exclusivo de uno mismo y de las personas que han llegado a ser importantes en este proceso. Supone una nueva aceptación del hecho de que uno es responsable de la propia vida. De ahí la educación para la vejez, tomando conciencia de nuevos roles a desempeñar, nuevas formas de vida o actitudes frente a la misma, logrando la integración del pasado con el presente La vejez quizás sea la máxima prueba a superar con inteligencia, antes de dar el definitivo adiós a la existencia. Se requieren grandes dosis de sensibilidad, generosa prodigalidad institucional, y, sobre todo amor y dedicación, para que los mayores sufran lo menos posible y se despidan de la existencia con fortaleza de ánimo, sensación clara y reconfortante al menos, del deber vital cumplido.

* Doctor en Ciencias de la Educación