El lema de Reporteros sin Fronteras, «Si no lo contamos, no existe», sintetiza a la perfección lo que ocurre en el Mediterráneo desde el 2015 con el drama de los refugiados que intentan llegar a nuestras costas huyendo de unos conflictos en los que su vida corre enormes riesgos. Tantos y tan grandes, que están dispuestos a sufrir a unas mafias despiadadas sabiendo que en el camino pueden perder la vida, como ha ocurrido ya con los más de 2.000 migrantes que han perecido ahogados este año. Es gracias a las imágenes de muchos reporteros gráficos que la sociedad tiene conocimiento de cuanto está ocurriendo. Ellos dan visibilidad a un drama de unas dimensiones desconocidas para el que tanto los gobiernos como las sociedades o no están preparados o prefieren aplicar la política del avestruz. En esta ímproba tarea de mostrar al mundo lo que está ocurriendo, los reporteros complementan el trabajo de tantas oenegés dedicadas al rescate de los refugiados. Que su labor es imprescindible queda de manifiesto cuando, por ejemplo, en Italia la extrema derecha quiere acallar sus voces y en Libia las autoridades impiden a las oenegés acercarse a 200 kilómetros de la costa, escena de numerosos naufragios. Estamos ante un fenómeno cuya solución requiere una implicación de todos, gobernantes y gobernados. Y si los primeros no responden, como es el caso, que sean los segundos quienes se conviertan en instrumentos de presión.