Pese a la vorágine de nuestros días, el verano es la estación donde parece que el tiempo se detiene, donde las tardes y las sobremesas se alargan hasta el infinito, verificando la relatividad del tiempo que nos anunciara Einstein. Y es que el verano es el tiempo de las tertulias, sea en los patios de vecinos, en el Arenal a la brisa del Río Grande, lleno de sillas y mesas plegables; o en las mecedoras y asientos de enea de las viejas casas de pueblo, bajo la higuera o las ramas del alcornoque en el campo.

La tertulia siempre ha sido un espacio privilegiado con el que los escasos caracteres del tuit no pueden competir, por mucho que conecte a más personas y otros lugares. La frescura de la tertulia, la agilidad del discurso, la inmediatez y la cercanía, el poner voz y gestos a tus interlocutores, no tiene precio, aunque los voceros en las redes traten de imponerse sobre los pensadores, con eslóganes y populismos ramplones de estereotipos e imágenes que no deben prevalecer sobre la profundidad del conocimiento y la razón. Una tertulia, como dice el diccionario, es un espacio informal y periódico de reflexión y de opinión, donde además se aprende de las experiencias y conocimientos de otros compañeros. Siempre han existido tertulias, y algunas legendarias, como la de Los Legítimos que celebraba Julio Romero de Torres hace una centuria en la Taberna Sociedad Plateros de la Plaza Séneca, con invitados del fuste de Azorín, Ortega y Gasset, Valle-Inclán o Pío Baroja.

Ahora están de moda las tertulias políticas en todos los medios y cadenas, constituyendo todo un género periodístico y copando grandes espacios en horarios prime time, priorizando agendas, forjando opinión pública, y constituyendo en muchas ocasiones la prolongación de la línea editorial del medio emisor. Nada que ver con la mítica La Clave de José Luis Balbín, que nos hacía a deshoras vencer el sueño por su interés.

Reza el manual de estilo de RTVE para directivos que la tertulia aporta riqueza expresiva, análisis y una personalización muy intensa en los mensajes transmitidos, para lo que resulta esencial contar con un grupo plural y equilibrado de participantes, que deben expresarse siempre conforme a los valores democráticos y modos respetuosos, donde la legítima discrepancia no dé paso al enfrentamiento ni a la ofensa. Todos los grupos humanos, incluso las tertulias, necesitan de unos pilares mínimos para desarrollarse. No tiene sentido en una tertulia literaria personas que no tengan apego alguno a la lectura.

Cada tipo de tertulia, ya sean temáticas, familiares, intelectuales o de vecinos, tiene su afán y esquema. Ya sea a pie del zaguán de la casa, en la taberna, o en la piscina, acompañadas con un vaso de gazpacho fresquito, un fino moriles o un simple paquete de pipas. Impagables resultan esas tertulias costeadas, a mesa y mantel, con los amigos de la Casa Palacio Bandolero, que ya cumplen su década acogidos por Federico Adarve, donde participar, aprender y mostrar lo que somos y sentimos mientras pasa la vida. Al final, parafraseando a Blas de Otero, nos queda la amistad y nos queda la palabra.

* Abogado